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Channel: Rececho – Cazawonke – CAZA y SAFARIS
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Cuando sube la fiebre corcera

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Por Rafael Centenera Ulecia / Biólogo

En abril comienza la temporada

Dicen los entendidos que la malaria no se te quita nunca y cada cierto tiempo te suben las fiebres, siendo cada ataque más fuerte. Algo similar nos ocurre a los que estamos afectados de capreolitis y cada mes de abril nos lanzamos como poseídos en pos de un objetivo inexplicable para el resto de los mortales.

Los síntomas cursan con desaforados deseos de madrugar e insomnio. Rotura de cualquier lazo familiar, que en los casos más graves acaba con nuestros atisbos de relación humana. Obsesión por determinado sitio donde uno vio un corzo descomunal hace tres temporadas, o simplemente querencia a conducir con los ojos puestos en las cunetas en lugar de en medio de la carretera. Y por supuesto excitación, sudoración y fuertes dosis de adrenalina en los momentos cruciales.
Aunque parezca exagerado, los corceros somos así. No hay cacería más desagradable desde el punto de vista de la vida social que la del corzo a rececho. Madrugas lo que no madrugas en ninguna cacería y te encamas cuando hace tiempo que el cazador de menor o el montero llegaron a casa. Como además hay más horas de luz, cuando regresas al nido a mediodía, agotado de varias horas de rececho, los tuyos están plenos de fuerza y con ganas de juerga.
De siesta ni hablar, so pena de que te tilden de ‘asocial’, y luego otra vez al campo hasta bien entrada la noche en que llegas a casa y ya no hay nadie despierto con quien charlar. Un solo fin de semana es capaz de agotar al más puesto, y medio mes de fines de semana de corzos te dejan para el arrastre, y solo son dos.
Lo dicho, esta enfermedad es grave y por lo que tengo visto, es incurable. Pero sarna con gusto no pica.

AMANECER EN EL CAMPO
Por el contrario, creo que no hay mayor placer que estar al amanecer en un campo en ebullición que despunta por todas las esquinas. Todo él parece vestirse de gala para que nuestra fiebre parezca menos fiebre y para aliviar en parte el disgusto que nos provoca esta actividad.
Por doquier escuchas el canto de todos los pájaros en pleno celo o criando. Las oropéndolas con sus gorgoteos o las codornices que volvieron un año más de África, se juntan con el chirrido de los mirlos al huir de nosotros y el canto del herrerillo o el carbonero, cuando no de la abubilla o el repicar de los pitos.
Vemos al zorro como pocas veces podemos verlo y descubrimos a animales que a penas puedes ver en otros momentos del año como las ginetas, las garduñas o los simples ratones de campo, eso sin contar las rapaces o el resto de caza que no es nuestro objetivo.
Lo cierto es que el rececho de corzo es una de las modalidades más apasionantes y que más adeptos está recabando año tras año en nuestro país. En parte esto es normal por el aumento espectacular de esta especie en los últimos 20 años; de unos pocos corzos recluidos en cuatro puntos de España, hemos llenado la mitad norte y muchos puntos de la mitad sur hasta alcanzar en la actualidad más de un tercio del territorio español y una población total que no debe andar lejos de los 600.000 individuos.

DEL CEREAL A LA ALTA MONTAÑA
Hay hoy en España corzos en zonas de llanura cerealística donde no hay ni siquiera unas pocas retamas donde guarecerse, junto a corzos en zonas alpinas de las montañas. Corzos en bosques de roble, junto a corzos en montes cerrados de encina. Corzos de prados verdes del norte y corzos de secarrales del sur.
Cada uno con su idiosincrasia pero todos con algo en común: no se dejan cazar fácilmente. Y es precisamente esa dificultad y esa libertad la que nos atrae tanto a los corceros. Ese saber que sigue siendo res nullius y que, aun en los lugares con mayor abundancia, su caza sigue siendo un reto.
Un venado decente se puede cazar sin mayores problemas en una montería o en la berrea siempre que uno ponga dinero sobre el tapete. Con los cercones, los cochinos han perdido lo que de bravío tenían y hoy puedes asegurar el tamaño incluso antes de ponerte de espera. Pero el corzo, aunque no por mucho tiempo, sigue teniendo esa dosis de incertidumbre que tanto nos gusta a los auténticos cazadores.
Además, dada su extensión, un trofeo medalla está al alcance de una gran fortuna o de un humilde cazador de una de las muchas sociedades de cazadores que jalonan España. Todavía recuerdo la cara de perplejo que tenía aquel muchacho de Burgos que cazó el récord de España en los 90 sin siguiera ser consciente de lo que había cazado.

MIRAR MUCHO
Para finalizar, me gustaría dar algún consejo a los que por primera vez salen este año al corzo y, porque no decirlo, como recordatorio a los que ya llevan unos cuantos años. El corzo se caza mirando mucho, así que unos buenos prismáticos son la mayoría de las veces más importantes que el arma que llevemos e incluso que nuestro visor. Si decididamente queremos dedicarnos a esto de los corzos, y dado lo que cuesta un precinto, vale más gastarse unos cientos de euros en unos buenos prismáticos que en cualquier otro accesorio de nuestro equipo. Ahorrar en la óptica puede ser la diferencia entre cazar o no cazar corzos. Si le preguntas a un novato en esto de cazar corzo que qué es lo que más hace en un rececho, te dirá que caminar y caminar en busca de corzos, mientras que si le haces esa misma pregunta a un experto te dirá que mirar y mirar. Calculo que al menos un 60% de mi tiempo de rececho de corzos lo paso mirando, un 30% andando y tan sólo un 10% en el lance final en el mejor de los casos. Por ello, nuestros prismáticos y nuestro visor deben ser muy buenos. Esa diferencia de precio la notaremos de forma especial en los momentos de poca luz, cuando una mayor luminosidad de una buena óptica puede suponer un corzo cobrado y una óptica mediocre la ausencia de lance final: si no lo veo difícilmente podré tirarlo.
Por último, al rececho de corzo hay que ir con lo justo y necesario y, sobre todo, con ropa cómoda que no haga ruido. Los corzos poseen un olfato de alta calidad y un oído excepcional, así que hay que evitar las ropas ruidosas y hay que andar siempre con el viento de cara.
En fin, buena caza y, sobre todo, extremar la seguridad e identificar claramente nuestro objetivo y lo que hay detrás antes de tirar.
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El macho montés en Andalucía

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Por Pedro Hafner

Andalucía, tierra de bellos paisajes y ásperas serranías repartidas por toda su geografía, es, hoy por hoy, la comunidad que cuenta con los mayores efectivos de cabra montés en nuestro país, hasta el punto que la mayor parte de las cordilleras montañosas que la componen están habitadas por las monteses.

Intentamos ofrecer, a través de estas líneas, un pequeño monográfico que permita a nuestros lectores valorar y conocer un poco mejor las características y distribución de este bello y único animal que habita nuestras sierras.

Las cabras montesas que habitan en Andalucía son del género Capra pyrenaica hispanica, y tienen algunas diferencias morfológicas respecto a sus congéneres de Gredos, que son de la variedad Capra pyrenaica victoriae. Los machos de Tortosa-Beceite, así como los de toda la zona del Maestrazgo turolense, también pertenecen a la variedad Capra pyrenaica hispanica, presentando también diferencias ostensibles, sobre todo en la cuerna, con nuestros machos andaluces.

Aunque no hay una diferenciación oficial y con base científica entre los tipos de trofeos que podemos encontrar en Andalucía, sí podemos observar unos ecotipos, o adaptación al medio, que producen distintos tipos de cuernas y pelajes en zonas muy cercanas entre ellas.

A nivel de organizaciones, o de entes que regulan las mediciones de trofeos, sólo el Safari Club Internacional (SCI) reconoce dos subespecies en Andalucía, denominadas macho montés del sureste y macho montés de Ronda. Asimismo reconoce otras dos más, que son el macho montés de Gredos y el macho montés de Beceite. Recientemente, la Junta Nacional de Homologación de Trofeos de Caza (JNHTC), que utiliza el sistema de medición del Consejo Internacional de la Caza (CIC), ha tomado una acertada decisión que, aunque no distingue dos tipos de trofeos de macho montés en Andalucía, sí hace una división con un baremaje diferente para tres zonas geográficas distintas, y una de ellas es Andalucía, lo cual es un gran paso para valorar de una forma más justa estos trofeos que, por regla general, son de mucho menor tamaño que los obtenidos en otras zonas de España. Más tarde pasaremos a ver estos distintos tipos de sistemas de medición y sus baremos.

Consultando los catálogos de homologaciones de la JNHTC de las tres últimas décadas es donde realmente podemos apreciar la gran cantidad de trofeos homologados en Gredos, Batuecas, Beceite, etcétera… y los pocos trofeos homologados en Andalucía, sobre todo en las categorías plata y oro. Señalar que entre los 20 primeros machos monteses del escalafón se encuentran varios trofeos andaluces procedentes de una renombrada finca privada situada en la confluencia de las provincias de Granada y Jaén, lo cual es una muestra de la gran calidad que se podría conseguir en determinados tipos de terrenos con una adecuada gestión. Lo que es indudable es que tenemos en Andalucía miles de hectáreas de terrenos abiertos que, por sus características, los machos monteses que los habitan jamás llegaran a desarrollar el mismo tamaño de cuernas que se producen en Gredos o Beceite.

Macho montés del sudeste
Este tipo de macho montés se extiende por toda la zona oriental de Andalucía, teniendo prácticamente presencia en todos los macizos montañosos de las provincias de Granada, Almería, Jaén y zona oriental de la provincia de Málaga. Las cordilleras más representativas en las que habita esta variedad son el macizo de Sierra Nevada, en su parte granadina, Sierra de Lújar, Sierra de los Guajares, Sierra de las Albuñuelas, Sierra de Loja, Sierra de la Contraviesa, Sierra de Huétor y Sierra de Baza, todas ellas en la provincia de Granada. Por otro lado, la Sierra Nevada almeriense, Sierra de Gador y Sierra de Filabres, en la provincia de Almería, las Sierras de Cazorla, Segura, Las Villas, Sierras de Castril y de la Sagra, Sierra Mágina, en Jaén y, por último, las agrestes Sierras de Tejeda y Almijara cuya vertiente sur se encuentra en la provincia de Málaga, correspondiendo la cara norte a la provincia de Granada.

Los núcleos originales de estas poblaciones nacieron con la sostenibilidad y la gestión ejercida por el antiguo ICONA en la creación del Coto Nacional de Caza de Cazorla, y las Reservas Nacionales de Caza de Sierra Nevada y Sierras de Tejeda y Almijara, creados en 1960, 1966 y 1973 respectivamente.

Este morfotipo se diferencia de sus primos del norte de España básicamente en una menor corpulencia, siendo la media unos 65-70 kilos, en un macho adulto, frente a los 85 kilos del macho de Gredos. Las zonas oscuras del pelaje, especialmente pecho, paletas, parte de la zona ventral y cuartos traseros,  aunque llegan a tener un color negro muy intenso en los meses invernales, ocupan una porción más pequeña que en los machos de Gredos, donde en machos muy viejos llegan a ser casi melánicos por completo.

Probablemente, es en los machos del sudeste donde se da la mayor variedad de formas de cuernos. Los hay veletos y abrochados, con cierta similitud a los de la Serranía de Ronda, abiertos y con las puntas con tendencia a tirarse hacia abajo, algunos, especialmente en las Sierras de Cazorla, con forma de lira, muy similares a las cuernas de Gredos, y, por último, los llamados acarnerados, denominación usada por su similitud a la forma de los carneros o muflones, que son los que menos abundan, totalmente cornigachos con una curvatura muy acentuada, que suele dejar una distancia entre puntas de entre 15 y 35 centímetros, y donde, en los machos muy viejos, de más de 15 años, incluso pueden a llegar a juntarse las puntas de los cuernos en los casos más extremos. Es sorprendente la diferencia que puede haber entre la forma de la cuerna de trofeos obtenidos en la Sierra de la Almijara, situada por encima del conocido pueblo de Nerja (Málaga) con un trofeo abatido en la Serranía de Ronda, cuando son poblaciones que distan poco más de 100 kilómetros entre ellas.

El trofeo de los machos del sureste puede llegar a alcanzar las mismas medidas de longitud que los trofeos de Gredos y Beceite, e incluso superarlos en casos excepcionales, pero es en las bases de la cuerna donde hay mayores diferencias, siendo éstas menores y no superando habitualmente, salvo muy raras excepciones, los 24-25 cm en ejemplares muy sobresalientes, mientras que los grandes machos de Gredos se meten en muchos casos en más de 28 cm de bases. Por regla general, los medrones de este tipo de macho suelen ser bastante lisos y de sección aplastada, excepto en los de la zona oriental de la provincia de Málaga donde tienen una base más redondeada.

Macho montés de Ronda
Este tipo de macho, también popularmente llamado rondeño, se distribuye por todo el macizo del Parque Natural de la Sierra de las Nieves, en la provincia de Málaga. Otras sierras malagueñas cercanas que albergan poblaciones de macho rondeño son Sierra Prieta, Sierra de Alcaparaín, Sierra Cabrilla, Sierra Blanquilla, Sierra de la Alpujata, Sierra de Ortegicar, Sierra de Mijas, Sierras de Huma y, por último, Sierra Bermeja y Sierra Crestellina. Más hacia el este llega hasta las Serranías del Torcal de Antequera, y al otro lado de la autovía A-45, en el Puerto de las Pedrizas, encontramos otras poblaciones de cabras en la Sierras de los Camarolos y del Jobo, llegando a verse incluso algunos machos con forma de cuerna totalmente rondeña también en Sierra Tejeda, más hacia la zona oriental de la provincia de Málaga.
Esta variedad de macho ha tenido como corredor natural hacia el oeste todo el macizo de las Sierras de Grazalema, ya en la provincia de Cádiz, formado por las sierra de Líbar, Sierra del Pinar, Sierra del Endrinal, Sierra de Zafalgar y, más hacia el noroeste, la Sierra de Líjar.

Es tal la expansión de estos caprinos que ya se han producido avistamientos en las sierras que se encuentran entre Olvera y Morón de la Frontera, ya en la provincia de Sevilla.

El núcleo original de estas poblaciones, en lo que a aprovechamiento cinegético se refiere, tuvo lugar en la formación del Coto Nacional de Caza de la Serranía de Ronda, promovido en 1948 por el Ministerio de Información y Turismo, pasando más tarde a integrarse en la red de reservas nacionales de caza gestionadas por el antiguo ICONA.

Morfológicamente es el más pequeño de los cuatro tipos de machos diferenciados en nuestro país. Fruto de una adaptación al medio y a inviernos más benignos que en otras zonas de la Península, se diferencia principalmente por las escasez de manchas negras en su pelaje, teniendo los ejemplares adultos de más de ocho años la misma distribución de manchas que, por ejemplo, un macho subadulto de cuatro o cinco años de las zonas de Granada y Almería. El pelo es más corto, con una crin menos abundante, y menor anchura occipital en el cráneo. La mayoría de los trofeos suelen ser veletos, es decir, con tendencia a alzarse, muy rectos, con muy poca o nula curvatura y bastante cerrados, con una forma muy similar en algunos casos a la de los íbices de los Alpes. Los medrones tienen una sección más cilíndrica y, por regla general, más rugosos y marcados que los machos del sureste de Andalucía. Aunque se han cazado algunos grandes machos en las Serranías de Ronda y estribaciones, un macho de 60 cm de cuerna ya constituye un excelente trofeo, costando por regla general muchísimo trabajo alcanzar medidas de más de 65-70 cm de cuerna. Las bases también son las más estrechas de las cuatro variedades, no superando normalmente los 22 cm.

Saber valorar estos trofeos
Comentar que la empresa pública medioambiental Egmasa y la Consejería de Medio Ambiente han hecho un gran trabajo en las áreas de caza que gestionan, potenciando las poblaciones de estos machos y consiguiendo grandes resultados cinegéticos en los últimos años.

Es importante para el cazador de rececho saber valorar este tipo de trofeos, que a veces, por ser mucho menores de tamaño que sus ‘primos’ de Gredos o Beceite, y por desconocimiento, no son tenidos en consideración. Estos machos durante muchos años han sido considerados por parte de los recechistas españoles como ‘el patito feo’ de los machos monteses, cuando realmente se trata de trofeos espectaculares que pueden ser recechados en marcos de incomparable belleza. No me parece justo que, por poner un ejemplo, un cazador norteamericano sea capaz de valorar más nuestros diferentes tipos de machos que nosotros mismos.
El macho montés es una especie endémica que debemos cuidar y potenciar, viniendo cada año cazadores de todo el mundo a cazarlo a nuestro país. Aunque la demanda por parte de cazadores extranjeros ha contribuido a encarecer esta especie cinegética, cada vez son más los aficionados españoles los que se animan a buscar un permiso para recechar un macho. Hay un sinfín de posibilidades de optar a un trofeo cazando animales representativos, selectivos o bien hembras, a unos precios muy razonables.

Diferentes tipos de homologación
Mucho se ha debatido sobre los dos tipos de fórmulas de homologación más empleadas, y sobre su idoneidad. Hoy por hoy, el sistema CIC es el más extendido en nuestro país.

El sistema de medición SCI se caracteriza, entre otras cosas, por ser muy objetivo, valorando únicamente medidas y no valorando características que podrían ser más subjetivas, como la envergadura, curvatura, etcétera, que sí se valoran en el sistema CIC. Si nos lo planteamos, ¿por qué debería obtener más puntos de belleza un trofeo de macho montés con más puntos de inflexión (curvatura de la cuerna) y más envergadura? Este tipo de criterio puede otorgar, en igualdad de medidas, una ventaja de más de seis puntos por ejemplo a un macho de Gredos sobre un viejo macho rondeño, con su típica cuerna recta y cerrada.

Por otro lado, hay un aspecto muy importante que sí observa el CIC en su fórmula de medición para el macho montés, que es premiar la edad con más puntos. Este criterio, en mi modesta opinión, es básico, pues valora la obtención de animales viejos.

JUNTA NACIONAL HOMOLOGACIÓN DE TROFEOS DE CAZA (MEDICIÓN CIC)
Como decíamos, a partir del 1 de enero del 2012 han entrado en vigor los nuevos baremos por zonas geográficas, distribuidos de la siguiente forma:
• BAREMO NORTE
Oro >230. Plata de 220 a 229,99. Bronce de 205 a 219,99.
Provincias de Ávila, Burgos, León, Salamanca, Segovia, Zamora, Cáceres –norte del Tajo–, Madrid, Lugo, Orense, Asturias, Tarragona, Castellón y Teruel.
• BAREMO MEDIO
Oro > 225. Plata de 215 a 224,99. Bronce de 205 a 214,99.
Provincias de Valencia, Alicante, Murcia, Albacete, Ciudad Real, Cuenca, Guadalajara, Toledo, Cáceres –al sur del río Tajo– y Zaragoza.
• BAREMO SUR
Oro >220. Plata de 210 a 219,99. Bronce de 195 a 209,99.
Provincias de Málaga, Granada, Almería, Jaén, Cádiz y Sevilla. 
A los machos monteses cazados en fincas cercadas se les aplicará el Baremo Norte.
A los machos cazados con anterioridad al 1 de enero de 2012 se les seguirá aplicando el criterio anterior.

SAFARI CLUB INTERNACIONAL (MEDICIÓN SCI)
El SCI contempla desde hace muchos años cuatro tipos de baremación, con las siguientes características:
• RONDA
Bronce: 56 puntos. Plata: 61 7/8 puntos. Oro: 65 6/8 puntos.
• SURESTE
Bronce: 63 puntos. Plata: 69 2/8 puntos. Oro: 74 6/8 puntos.
• BECEITE
Bronce: 69 puntos. Plata: 75 3/8 puntos. Oro: 80 1/8 puntos.
• GREDOS
Bronce: 70 puntos. Plata: 75 5/8 puntos. Oro: 80 1/8 puntos.

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Un día de caza tras los arruis en Sierra Espuña

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El autor del artículo, con los dos arruis, uno plata y otro bronce, resultado de este rececho.

Por Alberto Núñez Seoane
Ya sabemos, los cazadores, que nuestra pasión siempre nos tiene reservada alguna sorpresa. Lo imprevisible de un buen lance es uno de los condimentos fundamentales que hacen de la caza un tesoro para las sensaciones. Lo inseguro del resultado, en una práctica tan noble como lo es la nuestra, introduce un componente de incertidumbre sin el cual, la caza, no tendría razón de ser.

Es inevitable que los fracasos corran parejos, siempre un poco por delante, con los éxitos. Pero esta vez… la suerte no me soltó de la mano, ni siquiera para desayunar.

Llegamos a Lorca para pernoctar el día anterior a la cacería. Vicente nos esperaba allí. Mientras compartíamos la cena, me fue poniendo al día de todos los detalles que me hacía falta conocer.

De mañana, ya en unión del que sería nuestro guía y anfitrión, Rafael, partimos hacia las estribaciones de Sierra Espuña, cuna del arruí en España y, de nuevo hoy, tras muchas vicisitudes, paraje con una muy abundante población del llamado muflón del Atlas.

Sierra Espuña y el arruí
Sierra Espuña es un Parque Natural de más de 25.000 hectáreas, situado en la Región Autónoma de Murcia. Pertenece a la Cordillera Bética y ocupa los términos municipales de Mula, Aledo, Totana y Alhama de Murcia.

El arruí fue introducido en Sierra Espuña en el año 1970 y, tras un espectacular desarrollo, la prohibición de su caza y el consiguiente crecimiento descontrolado de la población, hicieron que se produjese un brote de sarna que casi acaba por completo con la totalidad de los individuos.

El control de la enfermedad, el abate de los ejemplares enfermos y el retorno a la práctica de la caza controlada, es decir, el triunfo del sentido común y de lo razonable, han conseguido recuperar, en todo su esplendor, la más importante población de arruís que existe en Europa. Y de este regalo de la Naturaleza, con el respeto y la pasión propia de un cazador orgulloso de serlo, me disponía a disfrutar.

Dudas razonables
Por fortuna no era un día caluroso. Una suave neblina y la brisa fresca, modelaron una temperatura ideal para disfrutar de la caza. Conforme avanzábamos y subíamos con el coche, las empinadas pendientes que íbamos dejando atrás me hacían imaginar las tremendas sudaderas que harían falta para patearse estos montes cuando el calor apretase. Detuvimos el ‘carro’ junto a una vieja casa abandonada y comenzamos a barrer la zona con los gemelos.

El pino carrasco es la especie arborícola que más abunda por aquí, pero también se pueden ver encinas, arces y quejigos. Las sabinas y los piornos, en las zonas más altas, terminan de configurar un biotopo perfecto para la adaptación de este peludo y broncíneo muflón norteafricano.

Echamos a caminar hacia lo alto de un cerro próximo. Desde allí dominaríamos, explicaba Vicente, un área querenciosa para los arruís. Una vez llegamos, repetimos la operación de mirar y volver a mirar con los prismáticos. No pasó mucho tiempo hasta que nuestro guía localizó un grupo de tres o cuatro animales, entre ellos, según dijo porque yo no lo llegué a ver, uno muy grande: «¡Puede ser un oro!», comentó.

Me adelanté con él, mientras Susana y Vicente nos seguían algo más rezagados, para tratar de avanzar del modo más silencioso posible. Bajamos hasta el cauce seco de un arrollo –caminar por él siempre es más sencillo-, que nos llevó hasta la base de una colina cercana por la que debíamos subir para buscar una buena posición de tiro.

Los arruís pacían tranquilos. Yo sólo podía ver dos; parece ser que el grande se había marchado o, al menos, ya no podíamos verlo. Es difícil apreciar el trofeo de estos animales si no se contempla de frente y de lado, pero a mí, los que veía, no me parecían muy grandes.

El guía insistió en que el mayor de los dos que veíamos era bueno y merecía el tiro. Esta es una situación en la que, a pesar de la experiencia, no acabo de hallarme, no me gusta y me incomoda bastante.

Había una duda razonable respecto a la calidad del trofeo. El profesional que, aunque yo conociese la especie, siempre está mucho más acostumbrado a ver y poder calibrar estos animales, me aconsejaba tirarlo. No tenía por qué desconfiar de él, pero mi apreciación personal me llevaba a contradecirle. Indudablemente, yo soy el que paga y soy yo el que decide, pero no me gusta desoír consejos de las personas que, se supone, saben más que yo. Tampoco se trataba de una situación irrepetible o de un animal difícil de conseguir… En fin, el caso es que, aconsejado por la educación –puede que mal entendida– y por todo lo dicho, apunté y disparé.

La bala pegó en el cuerpo del animal, pero huyó corriendo ladera abajo y desapareció entre la multitud de pinos silenciosos.
Rastreamos la zona pero no hallamos nada, ni tan siquiera sangre. Dudé de que mi disparo hubiese ‘tocado pelo’, pero Rafael me aseguraba que no tenía dudas respecto a mi disparo: ¡el arruí iba tocado!

Los arruís de la escalera
Decidimos regresar por la tarde con un perro de rastreo y, mientras tanto, mi guía me sugirió la posibilidad de desplazarnos a otra zona para ver si teníamos opción de tirar un segundo animal. Así lo haríamos, pero, antes, nos íbamos a pasar por su casa, situada al pie de la montaña, para echar un vistazo, ya que me comentaba que, en ocasiones, fuera de la temporada veraniega, que es cuando nadie se acerca por allí y los animales se sienten más confiados, los arruís suelen verse por las laderas del monte que ampara la vivienda de mi compañero de caza.

Cuando llegamos, nos recomendó que esperásemos en el patio situado en la entrada de la vivienda mientras él rodeaba la casa y echaba un vistazo desde la parte posterior que era desde donde podía mirar sin ser visto.

Aquí comenzó lo inaudito. El guía, Rafael, volvió a los pocos minutos. Traía el dedo índice cruzando sus labios y, cuando estuvo lo suficientemente cerca de nosotros como para poder susurrarnos y que nos enterásemos de lo que quería decirnos, dijo:

–¡Shhhhhh…! ¡Están ahí detrás, muy cerca de la casa, hay muchos! ¿Quieres intentar tirarlos desde aquí?
–Por mí no hay problema, yo los tiro desde donde haga falta.
–Es que… a lo mejor, no te gusta tirar desde la casa. –Me preguntó–.
–¡Que no, Rafael, que no pasa nada! A veces tienes que caminar durante catorce días para terminar por no poder ni disparar y, a veces, estás sentado en el campamento y se acerca un ‘pecador de la pradera’ diciéndote: «¡Estoy aquí, dispárame!»

Nos reímos y seguimos a Rafael hasta la parte trasera de la casa. Me quedé atónito cuando, entre la mitad de la ladera y la casa, vi dos grupos de arruís: ¡en cada uno de ellos no habría menos de treinta o cuarenta individuos!

Amparados por la construcción, estuvimos observando el grupo más próximo para tratar de averiguar si había buenos trofeos. La vegetación nos impedía salir de dudas, así que mi compañero me sugirió que subiese a lo alto de una escalera que teníamos delante.
Las cosas son así, uno nunca sabe dónde ni cómo van a suceder. Se trataba de animales salvajes, estábamos en terrenos abiertos, sin mallas, sin nada… pero tuvimos la suerte de toparnos con ellos y tenerlos a tiro, ¡desde el rellano de la escalera que subía a la azotea de la casa del guarda! «¡Cosas veredes, amigo Sancho…!», que diría don Alonso Quijano.

Desde ‘mi atalaya’, no tardé en localizar lo que consideré un buen ‘pavo’. Rafael coincidió conmigo y, tras tomarme mi tiempo para apuntar tranquilo, apreté el gatillo del Blaser 8x68S. El animal cayó desplomado. El tiro no fue difícil, a menos de cien metros, cómodamente apoyado y con la tranquilidad de saber que no había detectado mi presencia, tenía casi todas las papeletas a mi favor.

Nos disponíamos a ir a recoger la pieza, cuando, tanto Vicente como Rafael, me advirtieron que el segundo grupo de animales, tras una corta carrera, se mantenían a distancia de tiro. Me preguntaron si quería intentar un segundo arruí y les dije que sí.
Repasamos el grupo con los prismáticos y, sin movernos del sitio, encontramos un candidato a engrosar mi galería de trofeos.
El arruí estaba sobre una roca, intentando averiguar lo que había ocurrido. Sus disquisiciones las interrumpí con un disparo que acabó por aclararle la situación. ¡Cayó como un trapo¡

¡Increíble! Todos comentábamos lo inusual de lo que nos había ocurrido. En una mañana, corta, tuvimos ocasión de tirar tres animales que, en condiciones normales, hubiesen requerido, cada uno de ellos, de un arduo rececho con resultado incierto. Si no, que me pregunten a mí lo que me costó abatir el único ejemplar de la especie que hasta el día de autos tenía en mi colección… Fue en el año 1997, en Sudáfrica, en la reserva estatal de Tsolwana. El monte que tuve que patearme de arriba abajo para dar caza al arruí, se llama Ntabe Themba. Publiqué el relato en esta revista, hace muchos años ya. Fue toda una jornada de ascensos y descensos, un día agotador, aunque al fin, se vio recompensado con la caza de un trofeo excepcional.

Y son embargo hoy, por el contrario, apenas sin descamisarnos, echábamos al morral ‘un plata’ y ‘un bronce’, porque esto fue lo que dieron los dos arruís ‘de la escalera’. El tercero, que fue al que disparé primero por la mañana, y que no  habíamos encontrado, apareció esa misma tarde.

Por cierto… no me había equivocado: fue un bonito trofeo, pero inferior a los otros dos y no alcanzó el bronce. A veces, hay que dejar ciertos formalismos al margen, pero, la verdad, cuando se trata de gentes amables y correctas… me cuesta mucho trabajo.
Un magnífico desayuno, en casa de Rafael, con ricos y abundantes productos de la tierra, puso punto y sabroso final a una mañana que, con toda seguridad, no se volverá a repetir. Mi cuota ya está colmada. Ahora… le toca a otro.

Una panorámica de Sierra Espuña, donde se realizó la cacería.

Una pelota de las pelotas de arruis avistadas.

Alberto en el patio de la casa del guarda.

Susana, Alberto y los arruis ‘de la escalera’. Buen doblete.

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La Berrea: Obertura libre de la imagen y la palabra

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Por Antonio Mata
Rezuma la tierra fragancias de abundancia… aromas a pan recién hornado, a mosto azucarado y espeso que chorrea en los lagares, a oliva crepitando en los fogones, a molienda que se cierne en las aceñas con el grano nuevo llegado de las parvas… Los tórridos hervores estivales, desleales compañeros de viaje en tiempos de helíaca canícula septembrina, apenas son ya tibios estertores que aún cortan el resuello a mediodía. Preñados los barbechos y rastrojos de los frescos jugos de las nubes otoñadas, la tierra regurgita sus aromas y frescores al transito cansino por las veredas, camino de los ya cercanos sopiés serreños. Se aspira oreo pleno de vida que se remueve y renueva en ese mágico tiempo dorado que prepara la savia para su muerte cercana. Es tiempo de melaza y de placeres, de colecta y regocijo… es el tiempo de la luz y de la sangre que se enerva y que se encela. Tiempo de lluvia.

Por trochas y carriles

Recorro trochas y carriles, sendas y albardiales, alfombrados de gramas y zaragüelles y embutidos en un traje de jaras y de lentiscos tocados por belloteras hojarascas que se mecen al son de la ventolera. Por la elíptica, en meridión, el lucero del alba y del ocaso camina camino de su encame por las cuerdas de poniente. Pintonea el lubricán de gualdas ocres dorados al paso de la diosa en su viaje vespertino de retorno que me acompaña –Venus hermosa y refulgente que en las pieles erizas sensaciones y placeres emergiendo, en este seco mar de terruños que arañan, en cueros desde tu concha–. ¿Y cuál es el asunto del viaje? Tránsito, deambular, camino a ninguna parte buscando el nunca se sabe…
Alcanzo, peregrino, los sopiés del Amor. Quebrada la manchega llanura –ayer mar de pampas verdes, hoy pajizas y resecas arropando los glaucos y tintos racimos– por la tímida agrestuz de Las Guadalerzas, cobijo mis cansados huesos, tras atravesar rañas sobrevoladas por torcaces estivales volanderas, bajo la umbría estirada, larga como un ciprés, de las encinas de El Molinillo, Cabañeros o Siete Venados. Cabalgan las sombras hacia oriente y triunfan en la batalla de la luna, pálida y descolorida, cresteando por el cielo que por el norte ennegrece. Es el momento. La magia bruja de las horas en declive, se apresta y se remansa en su atalaya. Espera diligente y avizora por lo limpio, impaciente, el retorno de la armonía… de la música.
Y fiel a su ancestral reencuentro con la lluvia y el otoño, la música puebla monte. Como si de una tan magistral como fantasmagórica batuta se tratase, pintando el aire de la noche que se cierne de compases y arabescos, comienza al unísono el coro hinchiendo el éter de donaire y petulancia…
Berrea el rey del otoño, berrea en su majestad y se espelitra la alondra, huye presto el gavilán y se ablientan los cuclillos en busca de concurrencia que quiera escuchar sus cantos. Porque es, ahora, el tiempo único e indiscutible del dueño de las tinieblas otoñales, ese dios coronado de tormentas que ejerce, por derecho, magisterio en la manada… Taramea el aladierno, se estremece el madroño y se doblega la jara cuando hoya a su paso el matorral; hace su entrada triunfal en el claro y recorta su testuz sobre la blanca luna que enrojece, ruborosa y celosa del gozo que se avecina. Al gruñido de la trompa acude presto el harén. A los acordes de cornamusas y chirimías, con el ligero tañer de crótalos, címbalos y caramillos… una procesión de exóticas huríes enveladas se regodea ante su amado. Y la atávica llamada ardorosa de la sangre se recrea en gozoso aquelarre de gustosos regocijos y disfrutes. Es el tiempo, ahora, único e indiscutible, en el que el señor del monte ejerce su derecho inalienable a perpetuar su especie, a conjurarse con el espíritu infinito de la espesura para plantar en los vientres su semilla y poblar sus reinos de esperanzas…

Fragor de tormenta

Los jóvenes bufones remolonean las migajas. Corretean aquí y acullá oliscando los fértiles santuarios de la vida en vano intento de dejar su aún tibia simiente, pero sienten en sus carnes los dolores, los embates del avaro soberano del harén que defiende su derecho incuestionable. Nadie osa arrebatarle sus placeres sin sufrir el brutal castigo de sus puñales.
La noche es ya dueña y señora de la vida. Enturbia su negruzca claridad el arrítmico desconcierto de berridos placenteros, corcheas ad limitum de una tan incompleta como ardorosa sinfonía de delirios amorosos, que, poco a poco y lentamente, acabará en tenues y lánguidas notas de sonata. Rielan en el cenit del noctámbulo manto Altair, Deneb y Vega; Mizar y Alcor en el septentrión y Antares y Sirio en el meridión, observando impasibles la ceremonia de la carne. Todo es plácida hermosura mientras se sosiegan y calman los ardores de la sangre.
Pero en la apacible quietud de la música, irrumpe fragor de tormenta. Un berrido más potente y distinguido reclama su parte de su legítimo privilegio. Suenan timbales de guerra. El monte se estremece y cada cual a su antojo se dispone a la algaraza. Un viento gélido precede al convidado que troncha con su ímpetu las ramas de las carrascas. ¿Quién se atreve a desafiar al señor del monte? Un sultán, tal vez más joven, impetuoso y vehemente, demanda atávicos derechos de sangre y reta al orden establecido a singular combate. Y se entabla la batalla. Una colisión de fuerzas ancestrales se enfrenta a topetazos. Un cloqueo de candiles in crescendo destroza los arpegios y desgrana las cadencias; crepitan los timbales y el aire se puebla de lamentos y gemidos, se rasgan almas y pieles y un mugido de triunfo ahoga un aullido de dolor… La muerte es lenta. Pero en el monte… nunca doblan las campanas.

(El embeleso y el dejar escapar la poca luz que precedía a la noche, me impidieron hacer una sola fotografía decente. Es lo que tiene el monte…).

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Pasión por el monte

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Por algún extraño motivo el destino ha querido premiarme. No sé si estaba en deuda conmigo desde la montería que organicé junto a mi primo en ‘La Peralosa’. Quizás sí. Es posible que últimamente las cosas no hayan salido como esperaba. Lo cierto es que he penado lo indecible en la semana previa a la montería y el día de la misma tampoco ha sido distinto. Para colmo de la mala suerte me he llevado de regalo una lesión en el tendón de Aquiles que no sé si me va a dejar cojo de por vida, aparte de algunas decepciones pos montería. Pero, en fin, cosas del destino, pasadas un par de semanas desde entonces, la casualidad ha querido que se me presente una de esas oportunidades que uno no puede ni debe dejar pasar: recechar un arruí macho en una de las fincas más bonitas y espectaculares que existe para practicar esta modalidad de caza. Evidentemente, el nombre del coto es secreto de sumario.

 Llegado el día del rececho me encuentro como un niño con zapatos nuevos. De nuevo a la aventura por las monumentales sierras alicantinas. Ante mí otro gran reto: pasármelo bien sin morir en el intento.

Actualmente mi forma física es bastante precaria, voy sobrado de kilos y, para colmo, voy a recechar medio cojo. Visto así lo normal sería pensar que más que a divertirme a lo que voy a hacer es padecer.

Pero no, hay que ser optimistas, lo mejor en estos casos es repetirse una y otra vez: “Sarna con gusto no pica, sarna con gusto no pica… Pero mortifica, vaya que sí mortifica”.

No madrugamos demasiado para empezar el rececho. El sol ya ha cogido algo de altura cuando llegamos a la finca. Hace una mañana espléndida, fresca y soleada. Nos encontramos al pie de una de esas colosales moles pétreas tan típicas del levante español. Me tiemblan las piernas sólo de pensar que tenemos que subir hasta lo más alto para intentar localizar algún macho que merezca la pena. Tarea que se presume especialmente complicada si el celo de las cabras ha llegado a su final. Pero, por ahora, no pensemos en ello. Seamos optimistas. Ahora lo primero es entretenernos unos minutos con los prismáticos e intentar localizar las cabras.

¡Bingo, allí están! Las cabras, cabronas por naturaleza, dicho sea de paso, se encuentran en lo más alto.

No pueden estar un poco más cerca, no, están en lo más alto y en el sitio más inaccesible, lo cual me lleva a pensar algo obvio: son cabras, pero no tontas. Así que no nos queda más opción que coger los trastos y empezar a ascender.

El rececho comienza con los primeros doscientos metros cuesta abajo, hasta que, llegados al primer recodo del camino principal, la vereda que tomamos da una primera medida de lo que nos espera. En un intento por no quedar mal a las primeras de cambio con Cristian, mi guía, intento reverdecer viejos laureles tirando de orgullo para no quedarme atrás. Grave error de principiante. Tenía que haberme acordado del Tour de Francia. Y es que no les falta razón cuando dicen que más vale coger el propio ritmo que no responder al ataque de quien va por delante. Cuando llegamos al primer descansillo me acordé de Indurain. ¡Menuda pájara me entró! Hasta el punto de tener que sentarme en el suelo medio mareado.

Bueno, medio no, mareado, completamente. Cristian, todo un profesional, sacó el botiquín de primeros auxilios y me ofreció un azucarillo milagroso que en un par de minutos me hizo recobrar la versión ‘condevito’. En cuanto me sentí mejor proseguimos el camino, si bien, con menos alegría de piernas. Algo que, sin duda, he de agradecer a mi compañero guía. Todo un detalle.

Seguimos ascendiendo por la escarpada pendiente hasta alcanzar un cortado desde el cual esperamos avistar las primeras cabras. Intentamos acercarnos con sigilo hasta el despeñadero, si bien nuestra llegada no es nada silenciosa al tropezarme y caerme de bruces con las rocas. ¡Madre mía, qué guarrazo! Me retuerzo en el suelo de dolor y pienso que me acabo de romper la rodilla en cuarenta trozos. Es tal el dolor que me vuelvo a marear, no doy crédito al cómico rececho de hoy. Si hay alguna cabra cerca y me ha visto, seguro que se está partiendo de la caja de risa. Por suerte, mi acompañante no se ríe (o, al menos, no delante de mi) y eso también ayuda a recuperarse. También el Nolotil que me acabo de tomar empieza a hacer efecto en un abrir y cerrar de ojos. Y el plátano más el medio zumo de frutas también ponen su granito de arena en mi milagrosa recuperación. Tiene bemoles. Acabo de cepillarme el almuerzo de Cristian…

A pesar del ruidoso incidente localizamos un rebaño de cabras en lo más alto. Nos están mirando desde su otero, risueñas y tranquilas, como el que no quiere la cosa, a sabiendas de la todavía gran distancia que nos separa. A simple vista parecen todas hembras acompañadas de algunos choticos, pero, por si acaso, decidimos acercarnos más por si hay algún macho acostado entre las chaparras. Nos llegamos a poner del rebaño a unos cien metros. Tras unos minutos de espera metidos en una pinada observando, las cabras se descuelgan por el viso unos ciento cincuenta metros. Estamos bien ubicados, justo al borde de una peña desde la que no tardamos en ver salir de nuevo las cabras. Van acompañadas de un macho, pero éste es de escaso porte, por lo que ni siquiera nos pasa por la cabeza otra cosa que no sea ir en busca de uno más grande.

Cuál es nuestra sorpresa que, desde la peña en la que nos encontramos, avistamos un nutrido rebaño de más de sesenta o setenta ejemplares sobre la pedriza de enfrente. Casi imperceptible se dibuja la silueta de un par de machos en la parte del rebaño que se encuentra más arriba. Decidimos ir en su busca por si alguno merece la pena, así que nos ponemos en marcha de nuevo. Toca descender hasta el fondo del barranco para después comenzar de nuevo a subir. Bajamos sin prisa, pues las cabras están comiendo tranquilas y no se mueven del sitio.

Esta vez bajamos sin que haya que lamentar incidente alguno. Ni me caigo ni recaigo con una nueva pájara. Además, voy anestesiado por el Nolotil. Cuando me quede frío ya veremos, pero, de momento, voy bien. Enseguida atravesamos el reguero del fondo del barranco y comenzamos a subir por una senda muy tomada por las cabras. Mientras ascendemos entre las chaparras, vamos hablando contándonos chascarrillos. Llámese casualidad, suerte o, más comúnmente, ‘potra’, pero una de las veces que Cristian se vuelve para contarme otra anécdota, a unos cien metros más abajo, ve asomarse entre las chaparras un macho. “Mira, mira, mira…”, me dice. Rápidamente me giro y lo veo a través de los prismáticos.

Está tieso como una estatua, de frente a nosotros, mostrando su imponente cuerna en una estampa que difícilmente podré olvidar. Verdaderamente, impresionante y majestuoso. Ha salido de la nada, pero ahí está, curioso y, a la vez, esquivo. Cristian y yo nos agachamos ipso facto. Como buenamente puedo, me siento y trato de calmarme. Entre el esfuerzo de la subida y el subidón de adrenalina, tengo el corazón a doscientos. Tomo el suficiente aire como para no temblar en exceso al meterlo en el visor y tras unos instantes de tensa calma: ¡Baaaaaaang! Tirascazo en el pecho que hace salir al macho barranco abajo. Va herido de muerte, pero aun así consigue andar más de ciento cincuenta metros hasta caer desplomado.

Nos acercamos con la debida precaución hasta el lugar donde yace el arruí. La tensión del lance y de la bajada da paso a una inmensa alegría al comprobar que se trata de un estupendo ejemplar. No quepo en mí mismo, estoy más contento que unas castañuelas. Es la recompensa a un más que trabajado y accidentado rececho, el mejor colofón posible.

Gracias, Cristian.

 

Por Javier Robles, “Condevito”

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Tiempo de duendes

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Cuando los días comienzan a crecer, las temperaturas a suavizarse y los oscuros ocres del largo invierno tornan hacia suaves verdes que, día a día, ganan en intensidad, se inicia un nuevo periodo cinegético: la caza del corzo. 

 

Por Equipo Técnico de Ciencia y Caza (www.cienciaycaza.org) 

Fotografías Alejandro Serrano, Stock F. Images y Redacción

 

 

Una etapa diferente que sorprende de nuevo con sensaciones indescriptibles para el cazador, marcadas por la extraña soledad del monte, en el que pretendemos observar, sin ser observados, para intentar disfrutar de un lance de igual a igual, un rececho muchas veces prolongado, incluso durante días, en busca del trofeo soñado, ese gran macho que todo cazador ha imaginado en alguna ocasión.

La caza del corzo es una modalidad ancestral, al rececho, fundamentalmente, que año tras año gana adeptos por la expansión que está mostrando esta especie mágica, de ahí su calificativo: «los duendes del bosque».

 

Un poco de biología para comprender la especie

El corzo es el más pequeño de los cérvidos en España y también de menor talla que sus hermanos europeos. Presenta dimorfismo sexual, es decir, los machos se diferencian de las hembras, tanto por el tamaño (cerca de 25 kilos en los machos, no mayor de 20 kg en las hembras), como por la presencia de cuernas sólo en los machos, sin olvidar la forma del escudo anal. En los machos este escudo es arriñonado y en las hembras muestra forma de corazón, pudiendo ser utilizado para diferenciar al corzo de otras especies de cérvidos en la distancia.

El corzo renueva su cuerna año tras año, produciéndose el desmogue durante el otoño, para completar la nueva entre febrero y marzo del año siguiente. Según los estudios, corzos con edades de 4 a 5 años muestran cuernas en plenitud, siendo posible encontrar una cierta equivalencia entre la cuerna y la edad en los machos: pequeñas protuberancias a los tres meses, cuerna desarrollada en unos 3-5 cm de longitud a los seis meses, segunda cuerna con dos varas a los doce meses, caída de la segunda cuerna aproximadamente al año y medio (16 a 20 meses) y cuerna con las tres puntas a los dos años. 

Nos encontramos ante un habitante de zonas boscosas, pero con la necesidad de contar con parajes abiertos y clareos, así como un aporte constante de agua. Con la expansión de sus poblaciones en los últimos años –debida, principalmente, al abandono del medio rural y a una moderada presión de predación–, también se ha observado una adaptación a entornos agrícolas que cuentan con menor cobertura forestal y arbustiva, al igual que otros países de Europa, donde su presencia es frecuente en hábitats agroesteparios más abiertos: campos de cultivo intercalados con pequeñas manchas de monte. Según los estudios disponibles, el corzo aguanta mejor los rigores del invierno que otros cérvidos, pudiendo aprovechar recursos alimenticios de bajísima calidad en los momentos más duros.

El corzo es polígamo, copulando el macho con varias hembras y defendiendo su territorio frente a otros machos competidores. El celo suele comenzar en julio, lo que conocemos como «la ladra» y se prolonga aproximadamente un mes, período en el que los machos se baten por las mejores hembras que, una vez fecundadas, retrasan la gestación unos cinco meses desde la cópula, una particularidad conocida como diapausa embrionaria u ovoimplantación diferida. De este modo, el parto acontece a los 280-300 días (abril-mayo), cuando existe mayor cantidad de nutrientes disponibles en el medio. Los partos más frecuentes dan lugar a uno o dos corcinos. 

 

El corzo y su gestión

Como en cualquier especie cinegética y más cuando su aprovechamiento es selectivo a través de recechos específicos hacia ejemplares concretos, una caza sostenible e inteligente es la clave para que la calidad de poblaciones sea elevada.

Medidas de gestión tradicionales y conocidas por todos, aunque no siempre bien aplicadas, como la caza de un cupo limitado de ejemplares de alto valor, pero que ya se hayan reproducido contribuyendo con su genética a poblaciones futuras, es muy importante. El ansia de muchos hace que cada vez se cacen animales más jóvenes que, por un lado, aún no han desarrollado todo el potencial y, por otro, tampoco han tenido tiempo de contribuir con su material genético en nuevas generaciones. 

Es esencial el control del furtivismo en una especie que está sometida a una elevada presión y que, de no frenarse, acabará con las poblaciones de algunos territorios en no mucho tiempo.

No se debe olvidar tampoco el aprovechamiento eficaz de ejemplares selectivos, puesto que tan importante es cazar un gran macho como abatir un selectivo que, de conseguir reproducirse, no aportaría más que problemas a su descendencia. 

Hay que abordar también algunos otros puntos no menos importantes y que en algunos territorios son determinantes para la presencia o no de trofeos de calidad cuando se cumplen las premisas anteriores. Nos referimos, por ejemplo, a aspectos relacionados con la alimentación y, sobre todo, con la presencia de sales minerales en la misma. Existen zonas de terrenos pobres en las que los minerales son escasos y, a pesar de que los corzos estén presentes en abundancia, no se encuentran trofeos de calidad. Por este motivo, es necesario considerar esto y suplementar en determinadas épocas, principalmente de invierno, no sólo con forraje o concentrado, sino también con sales minerales que favorezcan el desarrollo de las cuernas.

 

Caza de corzas

Desde hace no mucho tiempo existe una tendencia creciente, conveniente y casi imprescindible hacia la “caza de corzas”. Los gestores cinegéticos y cazadores, muchos de ellos dedicados en cuerpo y alma a la especie, se han ido dando cuenta de que la tradicional presión cinegética establecida exclusivamente sobre los machos ha provocado que muchas poblaciones cuenten con un desequilibrio importante y una pérdida de calidad notable debida a dos aspectos fundamentales; 

1. El exceso de hembras, muchas de ellas muy viejas que molestan y no contribuyen de forma eficiente en la reproducción y, derivada de ésta, 

2. La oportunidad de que machos jóvenes se vayan reproduciendo en porcentajes elevados, que van dejando su impronta genética que, a buen seguro, a medio plazo tendrá mucho que ver en la pérdida de calidad en las poblaciones futuras. 

Por tanto, la caza de hembras es aconsejable, si bien es esencial elegir adecuadamente las fechas para efectuar esta gestión para evitar que se convierta en un factor negativo por abatir hembras preñadas o con crías dependientes.

 

Los problemas del corzo

A pesar de que, en los últimos años, la tendencia creciente de sus poblaciones es evidente, así como la colonización de nuevos territorios, no debemos olvidar que existen aspectos claves que pueden desequilibrar esta evolución e, incluso, revertirla si no se controlan adecuadamente. 

Además de la gestión cinegética sostenible apuntada con anterioridad, le influyen la predación creciente en algunas poblaciones por parte del lobo o el zorro, fundamentalmente, la vías de comunicación que producen fragmentación de hábitats y las muertes por atropellos o la competencia en desventaja a la que se ven sometidos cuando a sus territorios llegan los ciervos, también en expansión, sin olvidarnos, eso sí, de las enfermedades.

El corzo ha sido considerado tradicionalmente como una especie resistente a las enfermedades y son pocos los casos de problemas graves que afecten a grandes poblaciones. Sin embargo, las últimas temporadas cinegéticas han estado marcadas, sobre todo en el norte peninsular, por la presencia de animales parasitados en sus fosas nasales o cavidad bucal por unos gusanos blanquecinos, de tamaño medio y número variable cuyo aspecto es bastante desagradable. Se trata de larvas de un insecto de la familia de los tábanos que en una de sus fases de desarrollo presenta este aspecto. Se denomina Cephenemyia stimulator. Este parásito fue encontrado por primera vez hace ya más de cinco años en animales abatidos en Asturias y su presencia se parece asociarse a repoblaciones de corzos procedentes de los Pirineos sin el adecuado control sanitario. En la actualidad es un proceso que se encuentra en expansión y está presente ya en animales de otros puntos de la Cordillera Cantábrica, especialmente Galicia, norte de León, Asturias, Cantabria y País Vasco.

Como apuntábamos, se trata de una fase larvaria de un tábano que, para completar su ciclo de desarrollo, requiere la presencia de corzos como hospedador específico y obligado. El tábano en cuestión es una especie frecuente en Centroeuropa, pero hasta hace relativamente poco tiempo no se habían encontrado citas de su presencia en España.

La bibliografía especializada sobre el tema describe a Cephenemyia en su fase larvaria como un parásito cuyos efectos son indirectos sobre los animales parasitados, provocando problemas respiratorios y dificultad para alimentarse, lo que debilita a los corzos y los hace presa más fácil para los depredadores o más sensibles a otros procesos infecciosos secundarios.

Parece, además, que el efecto aumenta en animales jóvenes y machos; en los primeros por su mayor dependencia y debilidad y, en los segundos, sobre todo en época de celo, porque, como ocurre con otros grandes ungulados, es un momento de gran estrés, bajada de defensas y, por tanto, mayor susceptibilidad, pudiendo incluso causar la muerte en los casos más extremos.

No existe un tratamiento posible, ni preventivo ni curativo, por la dificultad de gestionar poblaciones silvestres en libertad, si bien es fundamental estar atentos ante la aparición de posibles casos, incrementar la vigilancia y control sanitario en el caso de realizar repoblaciones con corzos (y con cualquier especie cinegética) y fomentar la realización de investigaciones que avancen en el conocimiento del proceso y ayuden a su control. 

 

El futuro de la especie

El corzo es una especie que cuenta con un presente y futuro prometedor, cada vez con más aficionados a su caza que disfrutan enormemente de sus recechos. Destaca, además, la presencia de una excelente entidad de referencia, la Asociación del Corzo Español, integrada por grandes expertos y amantes de la especie, cuyo objetivo no es otro que mejorar la caza, gestión y conservación del corzo.

Sin embargo, son numerosos los retos a tener en cuenta, al menos, para garantizar la presencia de grandes trofeos que sean de la satisfacción de todos, entre los que destacan la gestión sostenible con una presión adecuada sin olvidar la caza selectiva y de hembras, el control de la alimentación, la vigilancia sanitaria o el adecuado aprovechamiento de otras especies que conviven con él, fundamentalmente los ciervos, pero también sus potenciales predadores. 

 

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Un venado en ‘La Zarzuela’

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Nos quedaba una deuda pendiente… A lo largo del pasado año 2012, en ocho números de nuestra revista realizamos un impresionante sorteo para premiar a nuestros lectores. Nada menos que un espectacular venado medalla de oro, de Lagunes Selección Genética, entraba en el ‘bombo’ de la suerte y se fue a parar, como ‘el Gordo’, a las levantinas tierras de Gandía.

 

Por Equipo Caza y Safaris/CazaWonke

 

 

 En el sorteo realizado el pasado mes de marzo, en FICAAR, durante la transmisión en directo del programa Salimos de Caza, de ABC Punto Radio, dirigido por nuestro amigo Marcelo Verdeja, y en presencia de Ignacio Enrile, director de Lagunes, y Manuel Reglero, su veterinario, Vicente Ferrairó recibió a la suerte de cara y fue el afortunado ganador de este magnífico, y bien valorado, premio.

 

Un ejemplo de superación

Vicente con cabía en sí de gozo. No era para menos ante la oportunidad que se le presentaba. La lógica imponía realizar el rececho en la pasada berrea. Así estaba planificado y previsto. Pero el destino, cuando le da la gana, se vuelve adverso y te juega malas pasadas. A finales del verano sufrió un terrible accidente de tráfico y… todo quedó pendiente de un hilo. Las secuelas fueron tan tremendas que le impidieron incluso caminar durante un largo periodo de tiempo. Pero, cuando tienes una ilusión… Y él la tenía. Quería batirse, a pesar de sus problemas, con un rival al que, lo sabía, en sus circunstancias iba a ser muy difícil de superar. Pero quería, por encima de todo, recuperarse para intentarlo. Y lo hizo. 

 

La Zarzuela

Preciosa finca. Su propietario, Gerardo Rodríguez Caro, bien puede estar orgulloso de ella. Sus 1.400 hectáreas se enclavan en el término municipal de Valdecaballeros, a caballo entre Cáceres y Badajoz. Atravesada por el arroyo de Valdefuentes y al pie de la Morra de Valsequillo, cuenta con una cabaña cervuna espectacular –con sangre de Lagunes, que le confiere una calidad única–, además de impresionantes muflones y guarros. Y, como no podía ser de otra forma, cuenta también con una calidad humana, por parte de Gerardo y su esposa, Sagrario, fuera de lo común. Las atenciones y el trarto que recibimos durante nuestra estancia para realizar el rececho que, a continuación, vamos a relatar, sólo merece una palabra que sale del corazón: ¡Gracias!

 

No fue fácil…

De Levante llegaron tres generaciones de Ferrairós, Vicente abuelo, hijo y nieto –acompañados de su amigo Vicente, con un buen apodo, el marqués de Cabañeros. De Sevilla llegó Ignacio, Manuel, de Ciudad Real, y nuestro equipo: Javi –con la cámara para grabar un excelente reportaje que ofreceremos en CazaWonke–, Luis y el que suscribe aterrizamos desde Madrid. Diversidad… cinegética, tras un buen café con churros.

Nos esperaba Gerardo en la puerta de la finca. Tras los abrazos y presentaciones de rigor –la amabilidad de Gerardo desborda– nos echamos al monte en busca de nuestro ansiado medalla de oro. La mañana, como el resto del día, plomiza, fría, neblinosa y meona, no quebró nuestras ansias, aunque a veces daban ganas de buscar la toalla, que no de tirarla, eso nunca. 

Vimos muchos, incontables, venados de una planta espectacular para su edad –sangre Lagunes–. Su recelo era notable tras haberse monteado la finca unas semanas antes. Y, además, aquello no era la berrea, indiscutiblemente. Subimos, patinando, cerros complicados. Bajamos, derrapando, barrancos… preocupantes. Recorrimos caminos, veredas, trochas, cuerdas, sopiés, monte y raña… 

Y le vimos. Vimos en varias ocasiones a nuestros héroes de oro entre jaras y chaparros, en algún claro perdido y entre las más profundas hojarascas… Gerardo, ejerciendo de guarda, no dejó un palmo de tierra por batir para encontrarle… Pero no era fácil. A pesar del empeño de Manuel, también en papel de guía y guarda, las dificultades de Vicente para entrar al monte impedían una y otra vez alojar su codillo en el visor. Y, aún así, casi lo logró.

Tras una raparadora comida de matanza –¡qué mano tienen en La Zarzuela con la morcilla extremeña y con la patatera!–, proseguimos nuestra aventura hasta la cercana hora de un inmediato lubricán con tenue luz. Las tardes cortas del invierno… Ante la ausencia de luz –y sin ella aún tuvimos ocasión de enfilar a alguno– la solución había que posponerla a la mañana siguiente… y que fuera lo que Dios quisiera. Algunos, por obligación, tuvimos que regresar, pero dejamos a Vicente en manos de Gerardo y Luis que, lo sabíamos, al final iban a triunfar.

Y triunfaron. No como todos queríamos, pero… esto es caza y no hay que recordarle a nadie las palabras de Ortega.

En una mañana más cálida y soleada, y tras tener otra vez más a punto de caramelo al venado de sus sueños, Gerardo, con una gentileza que le honra, ofreció a Vicente dos venados de menor calidad, más jóvenes y asequibles, a cambio del imposible… Y Vicente no desaprovechó la oportunidad. Vean, a la izquierda, el resultado. Sueño y promesa cumplidos.

Gracias, Gerardo, por tu acogida. Gracias, Vicente, por tu entereza. Gracias, Lagunes, Ignacio y Manuel, por vuestra generosidad… Entre todos habéis hecho que Caza y Safaris pueda saldar su cuenta pendiente. Saldada queda. ¡Gracias! 

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Un muflón en difícil época

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A pesar de la distancia que nos separaba, el animal se mantenía con la vista fija en nosotros. Quizás, al contrario que los anteriores, se sentía seguro en la lejanía y protegido por el jaral y los lentiscos entre los que se encontraba y por eso no había puesto tierra de por medio o, simplemente, sólo fuese por el hecho de no estar rodeado de las inquietas hembras que hasta ahora siempre habían arrastrado a los machos lejos de nuestro alcance.

 

Conseguimos seguir avanzando por nuestra costera, parapetados por las copas de encinas y alcornoques hasta ponernos frente por frente. Ya no había posibilidad de acercarnos más y el telémetro dictó sentencia: 237 metros.

Había dos machos más que, una vez repasados minuciosamente, descartamos pues nos parecieron menores. No había más tiempo que perder. Nuestro macho seguía alerta. Teníamos que buscar una buena opción de tiro que nos permitiera asegurar el balazo de ladera a ladera.

Desde primera hora de la mañana habíamos visto mucha caza, venados magníficos entregados plenamente al amor y a la guerra, totalmente rendidos tras tantos días de batalla con unos y otras, gamos impresionantes y sobre todo algunos guarros con los que uno siempre sueña en las vísperas…, pero los muflones, que es a lo que estábamos ese día en El Pimpollar invitados por Pepe Recio, se nos venían resistiendo a pesar de la gran cantidad de lances que nos había propiciado el campo.

Por eso tal vez digan que la caza, para ser tal, ha de ser incierta, y a pesar de la buena calidad y densidad existente no estábamos teniendo la suerte de nuestro lado. Seguramente debido en gran parte a que la época –mediados de septiembre– no era la más propicia para la caza del muflón.

No había dejado de llamarme la atención durante todo el día que, al igual que en el venado el oído y en el guarro el olfato, la vista tan envidiable de los muflones. Lo que unido al hecho de que habitualmente se encuentren en piaras numerosas constituye un handicap importantísimo en la caza de este animal, ya que nos enfrentamos fácilmente contra más de veinte ojos vigilantes, que dan aviso al menor indicio de peligro, generando una ordenada espantada general sin descanso, hasta asegurarse de estar bien lejos. Además de la dificultad que suelen entrañar los tiros dentro de piaras numerosas, no sólo a la hora de seleccionar el mejor ejemplar y no perderlo dentro del grupo, ya sea con prismáticos o visor, sino también por evitar que en la trayectoria de la bala se interponga algún otro sujeto. Y todo sin mencionar la agilidad y dureza del carnero.

Llegado el mediodía y sus calores las reses comenzaron a desaparecer y, a pesar de haber tenido vistos varios machos de los que colman las aspiraciones de los trofeístas más exigentes, seguíamos de vacío. Lo que, por otro lado, era una magnífica noticia, ya que así seguiríamos cazando por la tarde también.

Sabíamos que no sería coser y cantar, pues la exigente selección de hembras que había hecho durante el verano la guardería de la finca, así como la berrea tan plena de los venados, tenía muy escondidos a los muflones hasta que les llegara más adelante su momento con el celo.

Aprovechamos la tregua del mediodía para reponer fuerzas, descansar un poco, matar el hambre y sobre todo para observar mudos y asombrados una vez más el fabuloso Museo-Centro Andaluz de la Fauna Salvaje. Desde la colección de insectos y aves, hasta el increíble pabellón que recrea los diferentes ecosistemas mundiales con sus especies más representativas y otras menos conocidas –al ojo del profano al menos– integradas en su entorno real, y envueltos por la cúpula del cielo y horizonte que –salvando las distancias– nada tiene que envidiar a los frescos de la famosa Capilla Sixtina. Tarea difícil, explicarlo sólo con palabras. Cuando uno entra allí se siente más bien en el escenario de una superproducción de cine americano de alto presupuesto.

Tras un paseo por los alrededores de la casa, con asomada incluida en el Mirador, llegadas las 17:30 horas, volvimos a echarnos al monte, pero el panorama, debido al calor que reina por estas épocas en el sur hasta que lleguen las primeras lluvias por San Miguel, seguía siendo el mismo que habíamos dejado unas horas antes. Era cuestión de tiempo.

La tarde avanzaba y con ella el calor sofocante iba dejando paso a cierto frescor contenido. Las reses comenzaban a aparecer de nuevo. Venados, ciervas, gamos, algún que otro guarro…, pero ni rastro de nuestros deseados muflones.

De pronto, mientras nos adentrábamos por la umbría de un canuto embarrancado, pudimos ver en la solana, espesa de jaras y lentiscos, lo que nos pareció un muy buen macho. Quieto. Inmóvil. Como si de una estatua se tratase. Sin duda nos había visto antes que nosotros a él, lo que nos hizo pensar que la huida sería cuestión de segundos. Sin embargo, tras ese momento de suspense inicial, siguió comisqueando tranquilamente, apareciendo a su alrededor, como de la nada, otros dos machos adultos.

Tras observarlos detenidamente, el veredicto fue unánime: el que habíamos visto primero era el mayor de todos. Era el macho que veníamos buscando. Sin embargo, aún nos encontrábamos muy lejos, por lo que teníamos que aprovechar la relajación momentánea para acercarnos bastante más. Y así hicimos con todo el cuidado del mundo, paso a paso, hasta que llegados a un determinado punto y al no tener más alternativas, sólo nos quedaba la opción de buscar el mejor lugar posible para tirarlo de costera a costera.

De repente, los tres machos, como sospechando nuestra presencia de nuevo, volvieron a petrificarse sin quitarnos la vista de encima. Algo habían sentido y ahora si teníamos que ser rápidos y especialmente cuidadosos porque nos jugábamos echarlo todo por tierra.

Busqué el mejor apoyo y, una vez bien entacado, sólo quedaba esperar a que el animal nos ofreciera el costado, ya que el tiro de frente a un animal de unos cuarenta kilos, a esa distancia, con la tensión y las precipitaciones típicas de estos momentos, parecía no ofrecernos todas las garantías.

Los segundos pasaban y el animal inmóvil seguía clavándonos la mirada. Por un momento pareció relajarse para volver a ramonear, pero a medio movimiento debió arrepentirse y aunque no había llegado a cruzarse, ya no estaba totalmente de frente, así que bien anclado con el bípode Harris, apreté suavemente el gatillo y el trallazo del 8x68S nos recordó que podíamos volver a respirar.

Aunque inicialmente, tras el estruendo del balazo, los muflones no reaccionaron bruscamente, ni siquiera sobre el que habíamos tirado, éste cayó a los pocos segundos, provocando que los otros dos, y otra piara cercana que ni siquiera habíamos visto, galoparan ladera arriba perdiéndolos de vista en pocos segundos.

Como dijo alguno de los allí presentes después de las correspondientes felicitaciones: con lo rápido que ha llegado la bala hasta allí, verás el trabajito que nos cuesta llegar a nosotros.

No nos costó tanto llegar con la ilusión por verlo, como sacarlo barranco abajo hasta el carril más cercano. Sudamos tinta y eso que sólo eran unos cuarenta kilos…

Con el trofeo en la mano, se confirmaron nuestras mejores perspectivas. La primera impronta que nos había dejado no era engañosa, pues una vez medido dio 201 puntos CIC (medalla de plata) a tan solo unos puntos del oro. ¿Qué más se le puede pedir a un miércoles laborable?

Por Antonio Díaz Lázaro

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Reflexiones sobre la caza del corzo

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A punto ya de comenzar la temporada del corzo, ese trofeo que a todos nos gusta tanto, quisiera hacer unas cuantas reflexiones.

Para empezar, yo creo que nos gusta tanto la caza del corzo porque es una caza muy cómoda y, por lo general, los humanos somos comodones. Han terminado ya los rigores del invierno, el campo empieza a estar apetecible, ha subido la temperatura, ya no pisas nieve, ves los colores de la primavera no el pardo del invierno, y todo ello hace que nos despertemos con más ganas y nos sintamos con más fuerzas. Además, el corzo tiene una mezcla perfecta para el cazador. Puede ser fácil de cazar, con lo que los cazadores que tiene un coto son capaces de cazar en solitario con buenos resultados. Y puede ser muy difícil de cazar y responder a las dificultades que van buscando otros cazadores, a los que los recechos simplones no les llenan nada.

Los cazadores españoles están acostumbrados a salir a cazar el corzo dentro de nuestra geografía y fuera de ella. Y son muchos los que escogen qué tipo de cacería les gusta más. Me refiero a escoger cazar el corzo de montaña y el corzo de llanura.

Corzos de montaña

El primero, cuya caza comienza un poco más tarde, es un corzo poseedor de un trofeo más pequeño. Ojo, pero no por ello más feo. Se cazan infinidad de trofeos altos de cuerna, con buena roseta, con las tres puntas enteras y largas, perlados y simétricos. Recuerdo un corzo que mató Juan Pedro García Lomas en Ponga, un coto que tuvo mi familia en Asturias durante la friolera de 75 años. Era precioso, lo tenía todo. Éste, junto con el corzo que mató mi amigo Pedro Mateache en Guadalajara, y que fue, si no me equivoco, récord de España, son los dos trofeos más bonitos que he visto yo en mi vida, los que cualquier cazador se quedaría encantado de tener en su casa. Luego, a la hora de su medición, los corzos de montaña no llegan tan lejos en la puntuación debido a que no pesan. Naturalmente, y sin que yo sea un experto en dietética, los pastos de la montaña no son tan ricos como los campos de labor.

Por lo general, el corzo de montaña es más difícil de cazar. Para empezar, la densidad es más baja. Se suele cazar vigilando las salidas del corzo a los prados con los prismáticos y, una vez localizado, y visto que su trofeo merece la pena, realizar un rececho, que puede ser largo o corto, según el lugar por donde haya salido y, si llegas a buena distancia, con buen viento y sumo cuidado, realizar el tiro. Otras veces, directamente se espera al corzo en “la seve”, palabra asturiana que significa “la cerca” del prado y, de repente, sin hacer ningún ruido, como si alguien hubiera puesto el corzo en mitad del prado, lo ves comiendo hierba y flores de montaña cuidadosamente por los pétalos. Recuerdo que algunos guardas de Ponga cazaban muy bien andando por los inmensos bosques de hayas. Naturalmente, se conocían perfectamente la montaña, pero es que, además, tenían el instinto de buscar las zonas por donde podía pasar el corzo y, haciendo pequeñas esperas, tenías muchas posibilidades de tirar. Se combinaba, de forma muy atractiva y efectiva, los recechos y las esperas. También recuerdo preciosos recechos por los altos brezales de León y Asturias, donde podías observar al mismo tiempo comiendo al corzo, el rebeco y el venado, e incluso a veces el oso. Era y es una maravilla de caza. Hoy día me pone de los nervios ir a cazar a las buenas reservas de corzos que hay por Castilla y León y, cuando le sugieres al guarda de turno que por qué no intentar cazar el corzo en los bosques de pinos, te contestan que eso es muy difícil y que no se puede, y en lugar de cazar, te llevan en su coche arriba y abajo, carrileando de mala manera, hasta que, si tienes suerte y coincides con el paso de un corzo, le sueltas un tiro desde la ventanilla. Yo siempre me he negado a cazar así, pero he acompañado a algún amigo y no ha habido forma de convencer al guarda que cambie el sistema, ¡es una pena!

Afortunadamente, yo tuve la suerte de empezar a cazar a los nuve años en Ponga, con unos guardas fenomenales, como cazadores y como celadores del coto, con los que aprendí a recechar tanto los corzos, rebecos, ciervos, y hasta urogallos. ¡Qué guardas y qué coto! Hago uso de este articulo para recordar con mucho cariño a Vicente Álvarez, de la Uña, y a Pedrín Alonso de Sobrefoz.

La caza del corzo de llanura

Volviendo al corzo, voy a pasar ahora a reflexionar sobre la caza del corzo de llanura. Antes quisiera diferenciar el corzo de llanura en España y fuera de ella. En España, llanura con muchos corzos, como se ve en Hungría y Serbia, no existe. Afortunadamente, en España casi siempre hay colinas y monte que te hacen el rececho más fácil y entretenido. Buscando los barranquillos, tapándote con carrascas o cualquier tipo de monte, vas acercándote a los campos de labor donde el trofeo te espera comiendo los cereales y gramíneas que están sembradas. En España, además, ocurre que nunca la densidad te permite tirar 10, 15 o más veces en un día, como ocurre en Europa, y eso, queramos o no enriquece, nuestro modo de caza.

Ahora hagamos mención del corzo de llanura en Europa. Son muchísimos los cazadores españoles que gustan de ir a cazar corzos en Hungría, Serbia, Polonia, etc., y que se vuelven con 15 o más corzos en la maleta. La densidad en esos países es grandísima, vas en el coche por los caminos entre las siembras y no paras de ver corzos. Es muy divertido, porque, ¿a quién no le gusta ver caza sin parar? Además, te vas parando para mirar los trofeos, y comentas con tu amigo o te comunicas por señas con tu guía y lo pasas muy bien. Te permite una caza muy sencilla, yo diría más bien que te permite “tirar” sin parar, y eso gusta mucho entre los cazadores españoles. Pero, de rececho, “casi” nada.

De rececho en Vojvodine

¿Por qué he dicho “casi” nada? Porque, a veces, el ingenio del cazador hace que busques el rececho donde no parece que pueda existir. Voy a relatar un viaje a Vojvodine que me permitió experimentar un rececho que no había hecho nunca. Viajamos el cazador-cliente y yo en el mes de abril y nos alojamos en un hotel, cercano a la capital de Vojvodine Novi-Sad, llamado Castle Ekca, muy agradable, con una agradable cocina, gente muy amable y, como hacía muy buen tiempo, con un magnífico jardín y terrazas, que te permitían comer al aire libre. Por cierto, el jardín de dos o tres hectáreas de extensión tenía faisanes salvajes que se levantaban a tus pies volando cuando te metías a pasear en las zonas de hierba alta alejadas de los paseos.

Comenzamos a cazar y pasó lo que ya he relatado anteriormente: corzos y más corzos se veían en esas inmensas llanuras, algunos de muy buen trofeo. Yo había insistido a Milenko Zeremski, director de Lovac Vojvodanski, Asociación de Cazadores y Cotos de Caza de Vojvodine, hombre muy amable, que el cazador quería tirar desde el coche lo menos posible. La primera mañana fuimos a un lugar donde había una zona con árboles que nos permitieron acercarnos a un corzo que ya conocían, de buen trofeo, y que el cazador pudo tirar. Desgraciadamente, falló. Vimos alguno más e, incluso, creo recordar que volvió a tirar y matar uno muy bonito. Al día siguiente ocurrió otro tanto de lo mismo. El cazador insistía en recechar y, aprovechando los canales de irrigación, algún grupo de árboles, o cualquier obstáculo, fue acercándose y pudiendo tirar en cada salida más de una vez. Yo insistía en que mi cliente quería trofeos grandes y al rececho.

El tercer día fuimos a un lugar muy bonito cerca de la frontera con Rumanía, donde un canal de irrigación creaba una elevación que nos permitía ver a distancia. Se veían grupos de corzos en varios lugares, comían en mitad de las siembras, dejando enorme distancia entre los carriles por donde discurría el coche y donde ellos pacían tranquilamente. Incluso, muy habituados a recibir de vez en cuando un tirascazo, cuando el coche se acercaba un poco más a lo que ellos consideraban distancia de seguridad, se ponían a correr al trotecillo y se alejaban a otras siembras. Vimos un corzo que nos pareció grande, ya pasadas las 9 horas de la mañana, que se echó en mitad de la siembra donde se hallaba. Ante la perspectiva de continuar carrileando, le propuse al cazador y al guía que porque no le entrábamos haciendo un rececho. Al cazador le pareció muy bien, no así al guía, que veía que teníamos que dar un rodeo muy largo por culpa del viento. Ante mi insistencia estuvo de acuerdo. Efectivamente, dimos un gran rodeo y comenzamos la aproximación. Tardamos bastante en llegar a la siembra donde estaban echados el grupo de corzos. El trigo levantaba más de 30 cm, con lo que no se veía nada. Seguimos avanzando y, habiendo fijado la posición del macho desde el coche, me di cuenta que ya debíamos estar bastante cerca. No paraba de mirar con los prismáticos a la siembra buscando las puntas de los cuernos, hasta que los encontré. El corzo, seguro de que no le veía nadie, estaba tranquilo. Poco a poco nos íbamos acercando, la distancia no era mayor de 60 metros. El cazador cada poco apuntaba y veía perfectamente la cabeza, pero era delicado el tiro si no querías arriesgar a romperle los cuernos. Seguíamos avanzando poco a poco y ya la distancia no era mayor de 30 metros. La verdad es que era divertido porque el animal, cubierto por el trigo, se encontraba ajeno y seguro del todo. Ya no podíamos avanzar más. Nos mirábamos todos percibiendo que de un momento al otro el corzo saldría de estampida. No parábamos de mirarle la cuerna, muy bonita, moviéndose de un lado a otro, pero sin levantar un centímetro su cabeza o su cuello. Empezamos a hacer un poco de ruido, pero nada, el corzo permanecía impasible. Más ruido, pero nada, no había nada que hacer. Yo me reía para mis adentros por la situación, me imaginaba que estos corzos estaban más que hartos de oír hablar a los agricultores. No es raro que la máquina de cosechar mate de vez en cuando a alguno de ellos, el contacto es permanente. Era extraño, no sabíamos bien qué hacer para evitar el salto y la huida a todo gas. Decidimos tirarle una piedra, pero no había ninguna. Le tiramos bolas de barro. Ya el corzo dio muestras de sentir algo raro. El cazador, nervioso, se preparó para lo peor, es decir, que el corzo pegase un salto y saliese corriendo. Ya era el final del rececho, una bola de barro más y el corzo pegó un salto enorme y salió como alma en pena. El cazador, muy buen tirador, se hizo con él al segundo o tercer tiro. Nos reímos de ese extraño rececho, pero la verdad es que fue muy entretenido.

Quiero resumir estas consideraciones sobre el corzo diciendo que con el corzo casi siempre te diviertes, tanto si es un corzo de montaña como de llanura. Que el rececho cabe siempre, incluso en las grandes llanuras donde parece casi imposible acercarse. Y para todo aquel que le guste más darle al gatillo, estos países que he mencionado como son Polonia, Hungría o Serbia, son ideales para ir a cazar, con buenas instalaciones donde hospedarse, buena comida y gente encantadora, no como a veces nos han querido vender.

El viaje fue un éxito y pasamos un fin de semana muy agradable. Además, para quien quiera hacer un poco de turismo, la capital de Vojvojdina, Novi Sad, es muy bonita y  muy animada, se come muy bien y barato, y tienes un hotel con spa, el Leopoldo I,  en lo alto de la colina que domina el Danubio, que está muy confortable, aunque su decoración es un poco recargada al estilo de Centroeuropa.

Por Antonio Cañedo. ACE Global Hunt Consultant

 

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La suerte… en Navidad

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360 - Ribera Alta (11)

El venado, con el que Vicente y María posan junto a nuestro compañero Luis, es sencillamente magnífico y superó en verde los 200 puntos, cumpliendo todas las características anunciadas en nuestro sorteo.

El año pasado, por estas mismas fechas, esta publicación organizaba un sorteo venatorio, coincidiendo con el Sorteo de la Lotería de Navidad, en el que, el afortunado ganador, adquiría el derecho y la posibilidad de recechar tres animales medallables en la finca Ribera Alta.

Ha pasado ya cerca de un año y en la reciente berrea, nuestros amigos Vicente y María se acercaban a Ribera Alta desde Sevilla en una mañana preotoñal, fresca a primera hora pero de intenso calor según avanzó la mañana, tras haber pernoctado y disfrutado de la noche en el singular hotel/plaza de toros de la cercana Almadén.

360 - Ribera Alta (1)

Paisaje de la finca ‘Ribera Alta’.

360 - Ribera Alta (3)

Venado de ‘Ribera Alta’.

La mañana no pudo ser más satisfactoria y exitosa y tanto Vicente como María (en quien ha nacido recientemente la afición venatoria, de la mano de las monterías que había vivido hasta la fecha junto a su marido y Jóvenes Monteros), pudieron disfrutar de la exuberancia, calidad y densidad cinegética de la finca, y ambos lograban cobrar trofeos de una categoría importante (el venado arrojó una puntuación cercana a los 200 puntos), y sobre todo, se vivió, una vez más, una mañana de caza, gozo, disfrute y camaradería en Ribera Alta, de la mano del propio Jesús Fernández, un propietario y gestor particularmente implicado en el desarrollo y evolución de la población cinegética que alberga la Ribera Alta.

A continuación les mostramos, en imágenes, el resultado de esta mañana de recechos en la finca, de la mano del equipo de Caza y Safaris / Cazawonke.com

 Por Luis de la Torriente

 

Uno de los escenarios de los recechos.

Uno de los escenarios de los recechos.

Vicente y María, asesorados por Jesús y la guardería, recorrieron la finca en busca de sus trofeos.

Vicente y María, asesorados por Jesús y la guardería, recorrieron la finca en busca de sus trofeos.

En 'Ribera Alta' Vicente y María, antes de iniciar el rececho, tuvieron donde elegir, como se puede ver en esta imagen.

En ‘Ribera Alta’ Vicente y María, antes de iniciar el rececho, tuvieron donde elegir, como se puede ver en esta imagen.

María, excelente cazadora a la vista del resultado, siguió atentamente las indicaciones de Jesús antes de iniciar el rececho.

María, excelente cazadora a la vista del resultado, siguió atentamente las indicaciones de Jesús antes de comenzar el rececho.

360 - Ribera Alta (7)

Preparando el disparo.

María, cuando llegó el momento del lance, no lo dudó...

María, cuando llegó el momento del lance, no lo dudó…

...y lo conseguido se puede ver aquí, así como su preciosa sonrisa de felicidad.

…y lo conseguido se puede ver aquí, así como su preciosa sonrisa de felicidad.

... y lo conseguido se puede aquí...

Jabalí conseguido por Vicente unos días antes en ‘Ribera Alta’ y que tampoco estuvo nada mal.

Vicente con el venado recechado, un trofeo de singular belleza, 'oro pasado'.

Vicente con el venado recechado, un trofeo de singular belleza, ‘oro pasado’.

Carta al director respecto a este artículo:
Es mi deseo el poder aclarar a todos nuestros lectores, en estas mismas páginas en las que fue publicado el reportaje inicial origen de esta fe de erratas, cualquier posible malentendido que pudiera surgir o haber surgido a raíz de la publicación del artículo La suerte…en Navidad en nuestro pasado número 360, y que resumía la cacería efectuada en la finca Ribera Alta de los tres animales sorteados por esta misma revista el pasado 22 de diciembre de 2013, coincidiendo con el Sorteo de la Lotería Nacional.
En su lectura se podía dar a entender que la persona agraciada con la papeleta ganadora era la misma que finalmente abatió los animales sorteados, cuando, en honor a la verdad y a la honorabilidad y ética de las personas implicadas en ello y de esta propia revista, me gustaría precisar y aclarar todo lo siguiente, pues fui testigo de todo ello en primera persona.
Según las bases publicadas, el ganador del sorteo sería aquél cuyo número de papeleta coincidiera con las tres últimas cifras del Gordo de la Navidad. La suerte fue caprichosa y el agraciado con la papeleta, como usted bien sabe, no fue otro que el propio presidente de Cega Multimedia, don Marcial Gómez Sequeira (si bien también es cierto que había comprado más de una participación).
La decisión de Marcial al respecto fue instantánea y honorable, vendería esta papeleta a un tercero y donaría los fondos obtenidos a financiar ayudas a los pequeños más necesitados a través de la Fundación Gómez Sequeira, devolviéndole de este modo el guiño a la suerte.
Guillermo Rowe, al mando de Jóvenes Monteros, se interesó de inmediato por la oferta de la papeleta ganadora, así como por los nobles fines, adquiriendo la misma con el objetivo de poder ofertar la cacería de dichos animales sorteados, y cuyas fotografías ya acompañamos en el número 360, a sus clientes y amigos, Vicente y María, quienes no dudaron un segundo en colaborar con tan desinteresada causa.
Agradezco de antemano el espacio concedido para poder aclarar, en atención a la responsabilidad ética y humana de esta revista y empresa, el trasfondo de la historia de una cacería que, sin duda, fue de una gran hermosura, espacio garante de la veracidad de los hechos aquí relatados.
Fdo.: Luis de la Torriente

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Un buen lance de Espartaco

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Por Enrique Jiménez. Fotografías: Antonio Mata

Recibí una llamada de mi amigo Pepe Recio. Me invitaba a participar en un rececho de muflón, en El Pimpollar, en el que iba a participar el maestro Juan Antonio Ruiz, Espartaco, que era el que, en última instancia, abatiría la pieza.

Agradecí la llamada y quedamos en vernos a mediodía. A las tres de la tarde recogimos a Juan que, para empezar, nos contó que llevaba desde el día anterior con un tremendo dolor de cabeza, por lo que las condiciones físicas en las que se encontraba no eran precisamente las más idóneas para realizar el rececho, aunque, tengo que reconocer que a mí me dio la impresión de que, con la ilusión que llevaba, lo del dolor se iba a quedar en una mera anécdota.
Recogimos el arma en la casa de El Pimpollar, un rifle del calibre 8×68, calibre potente donde los haya y con una buena rasante, ya que, a la distancia a la que podría aproximarse, el disparo bien podía acercarse mucho a los trescientos metros.

El jefe de la manada
La tarde se presentaba gris, nublada, pero sin lluvia, y con muchísimo viento. El animal a recechar era un muflón de impresionante cuerna, que estaba controlado por los guardas en una determinada zona de la finca, y que siempre iba en unión de varios machos (también muy buenos) aparentando ser el jefe de la manada, o por lo menos el que siempre iba en cabeza.
Además de que las condiciones climáticas no eran las más idóneas, según avanzaba la tarde nos íbamos encontrando con otros problemas añadidos, como que la noche, a poco que nos descuidásemos, se nos iba a echar encima, y que la época de celo ya había pasado, por lo que los muflones estaban excesivamente esquivos refugiándose la mayor parte del tiempo en el monte.
Sobre las cinco de la tarde, y a unos cuatrocientos metros, vimos una pelota de muflones subiendo por una costera hacia la cuerda. El citado animal elegido para recechar, iba a la cabeza de la misma. Era inconfundible debido a que su color, bastante más claro que los demás, le hacía destacar y, sobre todo, su cuerna era absolutamente impresionante.
Decidimos que lo mejor era entrarles por detrás del cerro por el que estaban subiendo, aprovechando la dirección que llevaban para cortarles la trayectoria acercándonos lo más posible. Una vez en el lugar indicado, y ya a pie, comenzamos a bajar a través de las jaras. Pero… no estaba la suerte de nuestra parte. Al parecer, por un repentino cambio en la dirección del dichoso viento, nos habían venteado y se alejaban de nosotros, a una distancia aproximada en torno a los doscientos cincuenta metros.

Contra los elementos
El cielo estaba cada vez más oscuro y ceniciento, y arreciaba el viento. Había que seleccionar bien las escasas oportunidades, por no decir la única, que tendríamos en lo poco que quedaba de día, ya que las circunstancias ambientales estaban decididamente en nuestra contra y, para colmo, se estaba levantando una densa niebla cada vez más tupida.
Cortándoles el camino logramos situarnos a unos ciento veinte metros, distancia mínima a la que nos podíamos acercar. Juan Antonio no se lo pensó dos veces y se echó el rifle a la cara. El lance no era nada fácil. El animal estaba muy tapado, y si le añadimos los nervios del momento… el resultado fue un disparo fallido que provocó que salieran en estampida cerro arriba.
Pero, también de vez en cuando, hace su aparición la suerte. A unos cincuenta metros, en un pequeño claro en el monte se pararon los animales, bien para orientarse, bien para saber qué era lo que estaba pasando, momento en el que Juan aprovecho para disparar por segunda vez a unos ciento setenta metros más o menos.
En esta ocasión, el impacto fue mortal de necesidad, se produjo en el sitio exacto. El muflón cayó rodando unos tres o cuatro metros hasta que se detuvo en el tronco de un alcornoque.
Después de las felicitaciones correspondientes, abrazos y saltos de alegría, nos fijamos en una situación que podíamos calificar cuanto menos de curiosa. En lugar de alejarse del lugar del lance, como hubiera sido lógico, el resto de la manada se acercó al que se supone que era su abatido ‘jefe’ e intentaba levantarlo a base de patadas y cornadas, insistiendo una y otra vez aunque, claro está, sin lograr llevar a cabo sus intenciones.
Cuando nos acercamos la situación era más curiosa aún. Los otros ocho muflones se posicionaron a unos veinte metros de distancia observándonos. Se negaban a abandonar aquel lugar sin su ‘jefe’, hasta que Pepe, con unos gritos y tirándoles varias piedras, hizo que se alejaran. Mientras se alejaban, sin correr, la sensación que teníamos es que dejaban atrás a su ‘capitán’… su referente durante muchos años.

Un pedazo de muflón
El animal era impresionante, con una cuerna gruesa, larga, y con las marcas correspondientes a las mil batallas vividas y sufridas. En un principio, y a ojo de buen cubero, se apreciaba que una vez medida iba a dar una puntuación altísima, aun teniendo en cuenta que el cuerno derecho era unos tres o cuatro centímetros más corto que el izquierdo y que tendría unos once años de edad.
Después de cargar al animal, nos dirigimos hacía el cortijo en mitad de una espesa niebla, mientras se cruzaban delante de nosotros, como figuras fantasmagóricas salidas de la nada, una gran cantidad de impresionantes venados, así como algún que otro gamo.
Una vez en el cortijo, y en una primera medición en verde, dio 217,5 puntos, por lo que entraría como uno de los primeros de España en toda la historia. La tarde había sido completa, tanto por el lance en sí, como por lo ocurrido con posterioridad, que siempre te deja una hermosa sensación. Días como éste son de los que no se suelen olvidar por lo que desde aquí agradezco a Pepe su invitación, por el disfrute, y el resultado, de un lance de los que suelen permanecer imborrables en la memoria.
Por cierto, del dolor de cabeza de Espartaco no se volvió a hablar ni tan siquiera en el trayecto de vuelta hasta Sevilla, en el que fuimos comentando una y otra vez todas las peripecias del lance y en las condiciones en las que se había abatido al ‘jefe’. Además de la hermosa escena en la que los ‘subordinados’ se negaban a retirarse sin él. CyS

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Las claves del celo del corzo

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2Por Rafael Centenera Ulecia / Biólogo
A lo largo de los años en que me he dedicado a la caza y gestión del corzo, me he encontrado con dos asuntos que generan debate nada más plantearlos. Uno es el de la caza de hembras, tema en el que todos opinamos y la mayoría de las veces lo hacemos desde la víscera y no desde la cabeza. Y el otro, es el de la caza en época de celo, asunto que no está ni mucho menos exento de polémica.

Como en todo lo que tocamos, los españolitos tendemos a exagerar y nos dejamos llevar muchas veces del sentimiento más que de la razón, con lo que tendemos a ver las cosas como nos gustarían que fueran y no como en realidad son. Yo el primero.
No hablaré en este artículo de la caza de hembras porque julio no es un mes para pensar o meditar sobre su gestión, me centraré en la caza de machos durante el celo. No sólo en su técnica, sino también sobre su conveniencia o no desde una visión libre de sentimiento, aunque eso sea complicado.
En primer lugar, hay que decir que los corzos son raritos hasta para la época en que tienen los amores. Mientras que la mayoría de nuestras especies de cérvidos y demás fauna cinegética tienen el celo en los meses de septiembre, octubre y noviembre, de forma que las duraciones de las respectivas gestaciones dan lugar a partos en los meses de primavera, los corzos entran en celo en pleno verano.
Esto no cuadra con la duración del tiempo necesario para que un feto de una especie de ese tamaño llegue a término. Con cuatro meses mal contados, la naturaleza tiene tiempo suficiente para engendrar un corcito de no más de kilo y medio de peso.

POR QUÉ EN JULIO
Entonces, ¿por qué se produce el celo en julio y el embrión entra en la famosa diapausa hasta diciembre para ajustarse a ese plazo?
Pues lo cierto es que no existe un consenso sobre el motivo, pero parece ser que es una cuestión ligada la territorialidad y la estructura social de los corzos. En efecto, un animal tan poco gregario como el corzo que defiende un territorio la mayor parte del año y no sólo en la época de celo, tiende a adelantar a lo largo de miles de años su ciclo de formación de cuerna hasta separar el mismo del momento inicial del celo, que debió de estar como en el resto de cérvidos en los meses otoñales. Esto llevó a que el celo se adelantara con el ciclo de la cuerna y llegara a separarse más de dos meses del resto de ungulados.
Dicho esto, la segunda cosa que habría que mencionar antes de meternos en su caza, es la cuestión relativa a si se debe o no aprovechar este periodo para completar el cupo de machos.
La escasez de corzo en España hasta finales de los 80 ha hecho que nuestra gestión de la especie haya sido muy sui géneris, además, su aspecto frágil y lo novedoso de la especie desde el punto de vista cinegético, unido a un deseo de conseguir su expansión por métodos naturales, han conseguido que las diferentes administraciones tendieran a su sobreprotección, cosa que aún ocurre en muchas de ellas.
Por un lado, la ausencia de una tradición de caza de la especie hizo que las normas que se aplicaban para su captura se basaran en reglamentaciones que nada tenían que ver con la especie, tales como la Directiva Europea sobre la Conservación de las Aves. En efecto, «dado que el Pisuerga pasa por Valladolid», hubo quien aplicó la prohibición establecida de caza en época de celo del artículo 7 de la citada Directiva a los corzos, que de momento no vuelan ni tienen plumas, para ‘limitar’ su caza.
Han hecho falta unos cuantos años, y algún que otro recurso, para que se estableciera claramente que quien cierra la caza en celo lo hace porque le da la gana y no porque sea una exigencia de ‘Bruselas’. De hecho, la caza en celo no es que esté autorizada en todo el rango europeo de la especie, es que es una verdadera tradición, mientras que aquí sigue sin poderse cazar en distintas autonomías.
En gran medida esto se debe a la teoría de que su caza en celo supone una ventaja y un acto carente de ética e indecente al pillarlos en el momento en que más bajan la guardia. Incluso hay quien argumenta que si matas un macho en celo estas dejando que entren a la reproducción machos más jóvenes y que eso es malo para la especie.
Es cierto que los corzos bajan la guardia en celo y que es más fácil verlos que en el mes de junio, que parece que se los tragara la tierra. Pero no es menos cierto que no nos rasgamos las vestiduras, y hablo sólo de los cazadores, cuando le metemos un balazo a un ‘pavo’ en plena berrea o a un macho montés encelado en noviembre. Parece como si la ventaja de la caza del venado o la montés en celo fuera menos ventaja y me atrevería a decir que es al contrario, es más sencillo atizar a un venado berreando que hacerlo con un corzo en celo.
Además, si la cuestión fuera la facilidad que nos ofrecen, habría que retirar primero el mes de abril, en que los machos no es que bajen la guardia, es que la tiran a la basura con tal de marcar un territorio. En abril he visto a machos maduritos, de esos que luego no hay quien vea, venir como locos ladrando cuando he metido ruido en el monte en su territorio, o salir a descubierto cuando me ladraba otro macho desde el monte.
Y si por el contrario, el argumento que quieren usar es el de que matando un macho en celo dejamos que accedan a la reproducción machos jóvenes, tendría que decir que todos los machos que matamos desde que los territorios están fijados a finales de abril ‘dejan’ ese hueco a la entrada de machos jóvenes, ya que es más fácil que un corzo joven no territorial ocupe una vacante producida en mayo o junio que un macho adulto se anexione el territorio de su vecino muerto. Eso sin contar que en una especie con una vida tan corta como la del corzo, la calidad y cantidad del esperma de una macho de un año puede ser suficiente como para que no nos preocupe el resultado de sus cópulas, puesto que con un año o con diez la carga genética es la misma.
Queda claro que muy en contra de la caza en celo no ando y que alguna que otra vez sí que les he buscado durante el mes de julio, así que intentaré dar algún consejo para que los que puedan saquen provecho de esta caza.

CAZANDO CON LA CHICHARRA
En primer lugar, habría que decir que los machos bajan la guardia, pero no así sus hembras o las crías de éstas, por lo que la única ventaja competitiva que tenemos es que al menos se mueven. Y es precisamente ese movimiento el que se revuelve contra el cazador en época de celo, al no fijarse los corzos donde uno los ve. Muchas veces divisamos a la pareja en plena carrera y cuando queremos llegar a distancia de tiro, ya no están en donde los vimos o siguen moviéndose sin parar. La característica del celo es la movilidad, así que tendremos que tomar decisiones en cuestión de segundos y no pensar mucho las cosas.
Claro que tendremos oportunidades de esas de manual en que el corzo y la corza están embelesados dando vueltas al único matorral de un inmenso prado y lo único que tendremos que hacer es esperar un descuido para atizarle, pero lo normal será verlos salir a la siembra o el claro el uno tras la otra y tal cual salen se esconden para no volver.
La segunda ventaja es que en el celo se mueven a lo largo de todo el día. Por supuesto siguen concentrando sus esfuerzos en los momentos del alba y del ocaso, pero los calores les hacen andar en movimiento muchas más horas. Además contamos con una ventaja adicional al menos en la España más seca, y es que necesitan reponer líquido lo que los lleva a entrar al agua.
Cuanto más calurosa sea la jornada antes pueden entrar a beber y no es raro que lo hagan a las cinco de la tarde cuando aun quedan unas cuantas horas de luz. Luego buscaran una lugar fresco y a esperar la tarde.
Si en nuestras salidas encontramos un ‘corro de cópula’, que no es otra cosa que el surco en la hierba que dejan al perseguirse en el celo alrededor de un mato u obstáculo, puede rendir fruto realizar una espera en el mismo, puesto que los corzos son animales de costumbres y si «hoy te persigo aquí, mañana no andaré lejos».
Respeto a los reclamos, tengo que reconocer que no he tenido mucho éxito en su uso. Sin olvidar que en la mayoría de nuestras comunidades autónomas están prohibidos, por no decir todas, su uso depara más insatisfacciones que alegrías.
No sólo hay que saber usar el butolo o el pito, también hay que saber dónde y cuando usarlo. La teoría, que repito no he usado con mucho éxito, dice que lo primero que hay que hacer es no usarlo fuera de la época de celo para evitar ‘enseñar’ a los corzos que pito igual a hombre. Si nuestros corzos están oyendo piiiut, piiiut durante toda la temporada aprenderán que no hay que fiarse.
Así que el que quiera usarlo en el celo, debería abstenerse en su territorio de pitar cada vez que sale al campo. Es cierto, que efectivo para atraer corzas paridas y zorros lo es en cantidad, ya que el pitido que emite una corza en celo y un corcino asustado son muy similares, más agudo el de la cría, y por ello muchos cazadores que usan el butolo durante mayo y junio ven como se les echan encima las hembras paridas. No pocas veces el macho seguirá a su hembra y hecha la carambola, errada la conclusión.
Respeto a dónde usarlo y cómo, habría que decir que el butolo es efectivo para atraer a un macho que no esté acompañado de una hembra caliente o que esté con una que haya salido del celo, y por ello atrae de forma preferente a corcitos del año con ganas de estrenarse más que a machos decentes.
Pero si buscamos lugares donde la espesura permita al corzo sentirse seguro y no empezamos a pitar nada más ponernos, puede ser que tengamos suerte. Lo ideal es apoyarse en un árbol que nos cubra la espalda, esperar al menos 10 minutos sin hacer ruido para que cualquier macho que nos hubiera sentido llegar se olvide, realizar tres pitidos largos y esperar otro tanto. Si sobrecargamos nuestra actuación no entrarán ni los zorros hambrientos, así que mucha paciencia. Pero a veces suena la flauta y nos entre un macho decente, dándonos una alegría
Lo cierto es que una tarde calurosa de verano, a la vera de un agua, con las chicharras pidiendo tregua al calor y las moscas cebándose en nosotros, mientras la familia se solea en la piscina, es un reto que no todos los cazadores aguantan por muchas facilidades que nos den los corzos en celo, pero el mal de los corzos es así de inexplicable y de incurable.
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Un buen lance de Espartaco

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Por Enrique Jiménez. Fotografías: Antonio Mata

Recibí una llamada de mi amigo Pepe Recio. Me invitaba a participar en un rececho de muflón, en El Pimpollar, en el que iba a participar el maestro Juan Antonio Ruiz, Espartaco, que era el que, en última instancia, abatiría la pieza.

Agradecí la llamada y quedamos en vernos a mediodía. A las tres de la tarde recogimos a Juan que, para empezar, nos contó que llevaba desde el día anterior con un tremendo dolor de cabeza, por lo que las condiciones físicas en las que se encontraba no eran precisamente las más idóneas para realizar el rececho, aunque, tengo que reconocer que a mí me dio la impresión de que, con la ilusión que llevaba, lo del dolor se iba a quedar en una mera anécdota.
Recogimos el arma en la casa de El Pimpollar, un rifle del calibre 8×68, calibre potente donde los haya y con una buena rasante, ya que, a la distancia a la que podría aproximarse, el disparo bien podía acercarse mucho a los trescientos metros.

El jefe de la manada
La tarde se presentaba gris, nublada, pero sin lluvia, y con muchísimo viento. El animal a recechar era un muflón de impresionante cuerna, que estaba controlado por los guardas en una determinada zona de la finca, y que siempre iba en unión de varios machos (también muy buenos) aparentando ser el jefe de la manada, o por lo menos el que siempre iba en cabeza.
Además de que las condiciones climáticas no eran las más idóneas, según avanzaba la tarde nos íbamos encontrando con otros problemas añadidos, como que la noche, a poco que nos descuidásemos, se nos iba a echar encima, y que la época de celo ya había pasado, por lo que los muflones estaban excesivamente esquivos refugiándose la mayor parte del tiempo en el monte.
Sobre las cinco de la tarde, y a unos cuatrocientos metros, vimos una pelota de muflones subiendo por una costera hacia la cuerda. El citado animal elegido para recechar, iba a la cabeza de la misma. Era inconfundible debido a que su color, bastante más claro que los demás, le hacía destacar y, sobre todo, su cuerna era absolutamente impresionante.
Decidimos que lo mejor era entrarles por detrás del cerro por el que estaban subiendo, aprovechando la dirección que llevaban para cortarles la trayectoria acercándonos lo más posible. Una vez en el lugar indicado, y ya a pie, comenzamos a bajar a través de las jaras. Pero… no estaba la suerte de nuestra parte. Al parecer, por un repentino cambio en la dirección del dichoso viento, nos habían venteado y se alejaban de nosotros, a una distancia aproximada en torno a los doscientos cincuenta metros.

Contra los elementos
El cielo estaba cada vez más oscuro y ceniciento, y arreciaba el viento. Había que seleccionar bien las escasas oportunidades, por no decir la única, que tendríamos en lo poco que quedaba de día, ya que las circunstancias ambientales estaban decididamente en nuestra contra y, para colmo, se estaba levantando una densa niebla cada vez más tupida.
Cortándoles el camino logramos situarnos a unos ciento veinte metros, distancia mínima a la que nos podíamos acercar. Juan Antonio no se lo pensó dos veces y se echó el rifle a la cara. El lance no era nada fácil. El animal estaba muy tapado, y si le añadimos los nervios del momento… el resultado fue un disparo fallido que provocó que salieran en estampida cerro arriba.
Pero, también de vez en cuando, hace su aparición la suerte. A unos cincuenta metros, en un pequeño claro en el monte se pararon los animales, bien para orientarse, bien para saber qué era lo que estaba pasando, momento en el que Juan aprovecho para disparar por segunda vez a unos ciento setenta metros más o menos.
En esta ocasión, el impacto fue mortal de necesidad, se produjo en el sitio exacto. El muflón cayó rodando unos tres o cuatro metros hasta que se detuvo en el tronco de un alcornoque.
Después de las felicitaciones correspondientes, abrazos y saltos de alegría, nos fijamos en una situación que podíamos calificar cuanto menos de curiosa. En lugar de alejarse del lugar del lance, como hubiera sido lógico, el resto de la manada se acercó al que se supone que era su abatido ‘jefe’ e intentaba levantarlo a base de patadas y cornadas, insistiendo una y otra vez aunque, claro está, sin lograr llevar a cabo sus intenciones.
Cuando nos acercamos la situación era más curiosa aún. Los otros ocho muflones se posicionaron a unos veinte metros de distancia observándonos. Se negaban a abandonar aquel lugar sin su ‘jefe’, hasta que Pepe, con unos gritos y tirándoles varias piedras, hizo que se alejaran. Mientras se alejaban, sin correr, la sensación que teníamos es que dejaban atrás a su ‘capitán’… su referente durante muchos años.

Un pedazo de muflón
El animal era impresionante, con una cuerna gruesa, larga, y con las marcas correspondientes a las mil batallas vividas y sufridas. En un principio, y a ojo de buen cubero, se apreciaba que una vez medida iba a dar una puntuación altísima, aun teniendo en cuenta que el cuerno derecho era unos tres o cuatro centímetros más corto que el izquierdo y que tendría unos once años de edad.
Después de cargar al animal, nos dirigimos hacía el cortijo en mitad de una espesa niebla, mientras se cruzaban delante de nosotros, como figuras fantasmagóricas salidas de la nada, una gran cantidad de impresionantes venados, así como algún que otro gamo.
Una vez en el cortijo, y en una primera medición en verde, dio 217,5 puntos, por lo que entraría como uno de los primeros de España en toda la historia. La tarde había sido completa, tanto por el lance en sí, como por lo ocurrido con posterioridad, que siempre te deja una hermosa sensación. Días como éste son de los que no se suelen olvidar por lo que desde aquí agradezco a Pepe su invitación, por el disfrute, y el resultado, de un lance de los que suelen permanecer imborrables en la memoria.
Por cierto, del dolor de cabeza de Espartaco no se volvió a hablar ni tan siquiera en el trayecto de vuelta hasta Sevilla, en el que fuimos comentando una y otra vez todas las peripecias del lance y en las condiciones en las que se había abatido al ‘jefe’. Además de la hermosa escena en la que los ‘subordinados’ se negaban a retirarse sin él. CyS

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Las claves del celo del corzo

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2Por Rafael Centenera Ulecia / Biólogo
A lo largo de los años en que me he dedicado a la caza y gestión del corzo, me he encontrado con dos asuntos que generan debate nada más plantearlos. Uno es el de la caza de hembras, tema en el que todos opinamos y la mayoría de las veces lo hacemos desde la víscera y no desde la cabeza. Y el otro, es el de la caza en época de celo, asunto que no está ni mucho menos exento de polémica.

Como en todo lo que tocamos, los españolitos tendemos a exagerar y nos dejamos llevar muchas veces del sentimiento más que de la razón, con lo que tendemos a ver las cosas como nos gustarían que fueran y no como en realidad son. Yo el primero.
No hablaré en este artículo de la caza de hembras porque julio no es un mes para pensar o meditar sobre su gestión, me centraré en la caza de machos durante el celo. No sólo en su técnica, sino también sobre su conveniencia o no desde una visión libre de sentimiento, aunque eso sea complicado.
En primer lugar, hay que decir que los corzos son raritos hasta para la época en que tienen los amores. Mientras que la mayoría de nuestras especies de cérvidos y demás fauna cinegética tienen el celo en los meses de septiembre, octubre y noviembre, de forma que las duraciones de las respectivas gestaciones dan lugar a partos en los meses de primavera, los corzos entran en celo en pleno verano.
Esto no cuadra con la duración del tiempo necesario para que un feto de una especie de ese tamaño llegue a término. Con cuatro meses mal contados, la naturaleza tiene tiempo suficiente para engendrar un corcito de no más de kilo y medio de peso.

POR QUÉ EN JULIO
Entonces, ¿por qué se produce el celo en julio y el embrión entra en la famosa diapausa hasta diciembre para ajustarse a ese plazo?
Pues lo cierto es que no existe un consenso sobre el motivo, pero parece ser que es una cuestión ligada la territorialidad y la estructura social de los corzos. En efecto, un animal tan poco gregario como el corzo que defiende un territorio la mayor parte del año y no sólo en la época de celo, tiende a adelantar a lo largo de miles de años su ciclo de formación de cuerna hasta separar el mismo del momento inicial del celo, que debió de estar como en el resto de cérvidos en los meses otoñales. Esto llevó a que el celo se adelantara con el ciclo de la cuerna y llegara a separarse más de dos meses del resto de ungulados.
Dicho esto, la segunda cosa que habría que mencionar antes de meternos en su caza, es la cuestión relativa a si se debe o no aprovechar este periodo para completar el cupo de machos.
La escasez de corzo en España hasta finales de los 80 ha hecho que nuestra gestión de la especie haya sido muy sui géneris, además, su aspecto frágil y lo novedoso de la especie desde el punto de vista cinegético, unido a un deseo de conseguir su expansión por métodos naturales, han conseguido que las diferentes administraciones tendieran a su sobreprotección, cosa que aún ocurre en muchas de ellas.
Por un lado, la ausencia de una tradición de caza de la especie hizo que las normas que se aplicaban para su captura se basaran en reglamentaciones que nada tenían que ver con la especie, tales como la Directiva Europea sobre la Conservación de las Aves. En efecto, «dado que el Pisuerga pasa por Valladolid», hubo quien aplicó la prohibición establecida de caza en época de celo del artículo 7 de la citada Directiva a los corzos, que de momento no vuelan ni tienen plumas, para ‘limitar’ su caza.
Han hecho falta unos cuantos años, y algún que otro recurso, para que se estableciera claramente que quien cierra la caza en celo lo hace porque le da la gana y no porque sea una exigencia de ‘Bruselas’. De hecho, la caza en celo no es que esté autorizada en todo el rango europeo de la especie, es que es una verdadera tradición, mientras que aquí sigue sin poderse cazar en distintas autonomías.
En gran medida esto se debe a la teoría de que su caza en celo supone una ventaja y un acto carente de ética e indecente al pillarlos en el momento en que más bajan la guardia. Incluso hay quien argumenta que si matas un macho en celo estas dejando que entren a la reproducción machos más jóvenes y que eso es malo para la especie.
Es cierto que los corzos bajan la guardia en celo y que es más fácil verlos que en el mes de junio, que parece que se los tragara la tierra. Pero no es menos cierto que no nos rasgamos las vestiduras, y hablo sólo de los cazadores, cuando le metemos un balazo a un ‘pavo’ en plena berrea o a un macho montés encelado en noviembre. Parece como si la ventaja de la caza del venado o la montés en celo fuera menos ventaja y me atrevería a decir que es al contrario, es más sencillo atizar a un venado berreando que hacerlo con un corzo en celo.
Además, si la cuestión fuera la facilidad que nos ofrecen, habría que retirar primero el mes de abril, en que los machos no es que bajen la guardia, es que la tiran a la basura con tal de marcar un territorio. En abril he visto a machos maduritos, de esos que luego no hay quien vea, venir como locos ladrando cuando he metido ruido en el monte en su territorio, o salir a descubierto cuando me ladraba otro macho desde el monte.
Y si por el contrario, el argumento que quieren usar es el de que matando un macho en celo dejamos que accedan a la reproducción machos jóvenes, tendría que decir que todos los machos que matamos desde que los territorios están fijados a finales de abril ‘dejan’ ese hueco a la entrada de machos jóvenes, ya que es más fácil que un corzo joven no territorial ocupe una vacante producida en mayo o junio que un macho adulto se anexione el territorio de su vecino muerto. Eso sin contar que en una especie con una vida tan corta como la del corzo, la calidad y cantidad del esperma de una macho de un año puede ser suficiente como para que no nos preocupe el resultado de sus cópulas, puesto que con un año o con diez la carga genética es la misma.
Queda claro que muy en contra de la caza en celo no ando y que alguna que otra vez sí que les he buscado durante el mes de julio, así que intentaré dar algún consejo para que los que puedan saquen provecho de esta caza.

CAZANDO CON LA CHICHARRA
En primer lugar, habría que decir que los machos bajan la guardia, pero no así sus hembras o las crías de éstas, por lo que la única ventaja competitiva que tenemos es que al menos se mueven. Y es precisamente ese movimiento el que se revuelve contra el cazador en época de celo, al no fijarse los corzos donde uno los ve. Muchas veces divisamos a la pareja en plena carrera y cuando queremos llegar a distancia de tiro, ya no están en donde los vimos o siguen moviéndose sin parar. La característica del celo es la movilidad, así que tendremos que tomar decisiones en cuestión de segundos y no pensar mucho las cosas.
Claro que tendremos oportunidades de esas de manual en que el corzo y la corza están embelesados dando vueltas al único matorral de un inmenso prado y lo único que tendremos que hacer es esperar un descuido para atizarle, pero lo normal será verlos salir a la siembra o el claro el uno tras la otra y tal cual salen se esconden para no volver.
La segunda ventaja es que en el celo se mueven a lo largo de todo el día. Por supuesto siguen concentrando sus esfuerzos en los momentos del alba y del ocaso, pero los calores les hacen andar en movimiento muchas más horas. Además contamos con una ventaja adicional al menos en la España más seca, y es que necesitan reponer líquido lo que los lleva a entrar al agua.
Cuanto más calurosa sea la jornada antes pueden entrar a beber y no es raro que lo hagan a las cinco de la tarde cuando aun quedan unas cuantas horas de luz. Luego buscaran una lugar fresco y a esperar la tarde.
Si en nuestras salidas encontramos un ‘corro de cópula’, que no es otra cosa que el surco en la hierba que dejan al perseguirse en el celo alrededor de un mato u obstáculo, puede rendir fruto realizar una espera en el mismo, puesto que los corzos son animales de costumbres y si «hoy te persigo aquí, mañana no andaré lejos».
Respeto a los reclamos, tengo que reconocer que no he tenido mucho éxito en su uso. Sin olvidar que en la mayoría de nuestras comunidades autónomas están prohibidos, por no decir todas, su uso depara más insatisfacciones que alegrías.
No sólo hay que saber usar el butolo o el pito, también hay que saber dónde y cuando usarlo. La teoría, que repito no he usado con mucho éxito, dice que lo primero que hay que hacer es no usarlo fuera de la época de celo para evitar ‘enseñar’ a los corzos que pito igual a hombre. Si nuestros corzos están oyendo piiiut, piiiut durante toda la temporada aprenderán que no hay que fiarse.
Así que el que quiera usarlo en el celo, debería abstenerse en su territorio de pitar cada vez que sale al campo. Es cierto, que efectivo para atraer corzas paridas y zorros lo es en cantidad, ya que el pitido que emite una corza en celo y un corcino asustado son muy similares, más agudo el de la cría, y por ello muchos cazadores que usan el butolo durante mayo y junio ven como se les echan encima las hembras paridas. No pocas veces el macho seguirá a su hembra y hecha la carambola, errada la conclusión.
Respeto a dónde usarlo y cómo, habría que decir que el butolo es efectivo para atraer a un macho que no esté acompañado de una hembra caliente o que esté con una que haya salido del celo, y por ello atrae de forma preferente a corcitos del año con ganas de estrenarse más que a machos decentes.
Pero si buscamos lugares donde la espesura permita al corzo sentirse seguro y no empezamos a pitar nada más ponernos, puede ser que tengamos suerte. Lo ideal es apoyarse en un árbol que nos cubra la espalda, esperar al menos 10 minutos sin hacer ruido para que cualquier macho que nos hubiera sentido llegar se olvide, realizar tres pitidos largos y esperar otro tanto. Si sobrecargamos nuestra actuación no entrarán ni los zorros hambrientos, así que mucha paciencia. Pero a veces suena la flauta y nos entre un macho decente, dándonos una alegría
Lo cierto es que una tarde calurosa de verano, a la vera de un agua, con las chicharras pidiendo tregua al calor y las moscas cebándose en nosotros, mientras la familia se solea en la piscina, es un reto que no todos los cazadores aguantan por muchas facilidades que nos den los corzos en celo, pero el mal de los corzos es así de inexplicable y de incurable.
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Un buen lance de Espartaco

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Por Enrique Jiménez. Fotografías: Antonio Mata

Recibí una llamada de mi amigo Pepe Recio. Me invitaba a participar en un rececho de muflón, en El Pimpollar, en el que iba a participar el maestro Juan Antonio Ruiz, Espartaco, que era el que, en última instancia, abatiría la pieza.

Agradecí la llamada y quedamos en vernos a mediodía. A las tres de la tarde recogimos a Juan que, para empezar, nos contó que llevaba desde el día anterior con un tremendo dolor de cabeza, por lo que las condiciones físicas en las que se encontraba no eran precisamente las más idóneas para realizar el rececho, aunque, tengo que reconocer que a mí me dio la impresión de que, con la ilusión que llevaba, lo del dolor se iba a quedar en una mera anécdota.
Recogimos el arma en la casa de El Pimpollar, un rifle del calibre 8×68, calibre potente donde los haya y con una buena rasante, ya que, a la distancia a la que podría aproximarse, el disparo bien podía acercarse mucho a los trescientos metros.

El jefe de la manada
La tarde se presentaba gris, nublada, pero sin lluvia, y con muchísimo viento. El animal a recechar era un muflón de impresionante cuerna, que estaba controlado por los guardas en una determinada zona de la finca, y que siempre iba en unión de varios machos (también muy buenos) aparentando ser el jefe de la manada, o por lo menos el que siempre iba en cabeza.
Además de que las condiciones climáticas no eran las más idóneas, según avanzaba la tarde nos íbamos encontrando con otros problemas añadidos, como que la noche, a poco que nos descuidásemos, se nos iba a echar encima, y que la época de celo ya había pasado, por lo que los muflones estaban excesivamente esquivos refugiándose la mayor parte del tiempo en el monte.
Sobre las cinco de la tarde, y a unos cuatrocientos metros, vimos una pelota de muflones subiendo por una costera hacia la cuerda. El citado animal elegido para recechar, iba a la cabeza de la misma. Era inconfundible debido a que su color, bastante más claro que los demás, le hacía destacar y, sobre todo, su cuerna era absolutamente impresionante.
Decidimos que lo mejor era entrarles por detrás del cerro por el que estaban subiendo, aprovechando la dirección que llevaban para cortarles la trayectoria acercándonos lo más posible. Una vez en el lugar indicado, y ya a pie, comenzamos a bajar a través de las jaras. Pero… no estaba la suerte de nuestra parte. Al parecer, por un repentino cambio en la dirección del dichoso viento, nos habían venteado y se alejaban de nosotros, a una distancia aproximada en torno a los doscientos cincuenta metros.

Contra los elementos
El cielo estaba cada vez más oscuro y ceniciento, y arreciaba el viento. Había que seleccionar bien las escasas oportunidades, por no decir la única, que tendríamos en lo poco que quedaba de día, ya que las circunstancias ambientales estaban decididamente en nuestra contra y, para colmo, se estaba levantando una densa niebla cada vez más tupida.
Cortándoles el camino logramos situarnos a unos ciento veinte metros, distancia mínima a la que nos podíamos acercar. Juan Antonio no se lo pensó dos veces y se echó el rifle a la cara. El lance no era nada fácil. El animal estaba muy tapado, y si le añadimos los nervios del momento… el resultado fue un disparo fallido que provocó que salieran en estampida cerro arriba.
Pero, también de vez en cuando, hace su aparición la suerte. A unos cincuenta metros, en un pequeño claro en el monte se pararon los animales, bien para orientarse, bien para saber qué era lo que estaba pasando, momento en el que Juan aprovecho para disparar por segunda vez a unos ciento setenta metros más o menos.
En esta ocasión, el impacto fue mortal de necesidad, se produjo en el sitio exacto. El muflón cayó rodando unos tres o cuatro metros hasta que se detuvo en el tronco de un alcornoque.
Después de las felicitaciones correspondientes, abrazos y saltos de alegría, nos fijamos en una situación que podíamos calificar cuanto menos de curiosa. En lugar de alejarse del lugar del lance, como hubiera sido lógico, el resto de la manada se acercó al que se supone que era su abatido ‘jefe’ e intentaba levantarlo a base de patadas y cornadas, insistiendo una y otra vez aunque, claro está, sin lograr llevar a cabo sus intenciones.
Cuando nos acercamos la situación era más curiosa aún. Los otros ocho muflones se posicionaron a unos veinte metros de distancia observándonos. Se negaban a abandonar aquel lugar sin su ‘jefe’, hasta que Pepe, con unos gritos y tirándoles varias piedras, hizo que se alejaran. Mientras se alejaban, sin correr, la sensación que teníamos es que dejaban atrás a su ‘capitán’… su referente durante muchos años.

Un pedazo de muflón
El animal era impresionante, con una cuerna gruesa, larga, y con las marcas correspondientes a las mil batallas vividas y sufridas. En un principio, y a ojo de buen cubero, se apreciaba que una vez medida iba a dar una puntuación altísima, aun teniendo en cuenta que el cuerno derecho era unos tres o cuatro centímetros más corto que el izquierdo y que tendría unos once años de edad.
Después de cargar al animal, nos dirigimos hacía el cortijo en mitad de una espesa niebla, mientras se cruzaban delante de nosotros, como figuras fantasmagóricas salidas de la nada, una gran cantidad de impresionantes venados, así como algún que otro gamo.
Una vez en el cortijo, y en una primera medición en verde, dio 217,5 puntos, por lo que entraría como uno de los primeros de España en toda la historia. La tarde había sido completa, tanto por el lance en sí, como por lo ocurrido con posterioridad, que siempre te deja una hermosa sensación. Días como éste son de los que no se suelen olvidar por lo que desde aquí agradezco a Pepe su invitación, por el disfrute, y el resultado, de un lance de los que suelen permanecer imborrables en la memoria.
Por cierto, del dolor de cabeza de Espartaco no se volvió a hablar ni tan siquiera en el trayecto de vuelta hasta Sevilla, en el que fuimos comentando una y otra vez todas las peripecias del lance y en las condiciones en las que se había abatido al ‘jefe’. Además de la hermosa escena en la que los ‘subordinados’ se negaban a retirarse sin él. CyS

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Las claves del celo del corzo

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A lo largo de los años en que me he dedicado a la caza y gestión del corzo, me he encontrado con dos asuntos que generan debate nada más plantearlos. Uno es el de la caza de hembras, tema en el que todos opinamos y la mayoría de las veces lo hacemos desde la víscera y no desde la cabeza. Y el otro, es el de la caza en época de celo, asunto que no está ni mucho menos exento de polémica.

Como en todo lo que tocamos, los españolitos tendemos a exagerar y nos dejamos llevar muchas veces del sentimiento más que de la razón, con lo que tendemos a ver las cosas como nos gustarían que fueran y no como en realidad son. Yo el primero.
No hablaré en este artículo de la caza de hembras porque julio no es un mes para pensar o meditar sobre su gestión, me centraré en la caza de machos durante el celo. No sólo en su técnica, sino también sobre su conveniencia o no desde una visión libre de sentimiento, aunque eso sea complicado.
En primer lugar, hay que decir que los corzos son raritos hasta para la época en que tienen los amores. Mientras que la mayoría de nuestras especies de cérvidos y demás fauna cinegética tienen el celo en los meses de septiembre, octubre y noviembre, de forma que las duraciones de las respectivas gestaciones dan lugar a partos en los meses de primavera, los corzos entran en celo en pleno verano.
Esto no cuadra con la duración del tiempo necesario para que un feto de una especie de ese tamaño llegue a término. Con cuatro meses mal contados, la naturaleza tiene tiempo suficiente para engendrar un corcito de no más de kilo y medio de peso.

POR QUÉ EN JULIO
Entonces, ¿por qué se produce el celo en julio y el embrión entra en la famosa diapausa hasta diciembre para ajustarse a ese plazo?
Pues lo cierto es que no existe un consenso sobre el motivo, pero parece ser que es una cuestión ligada la territorialidad y la estructura social de los corzos. En efecto, un animal tan poco gregario como el corzo que defiende un territorio la mayor parte del año y no sólo en la época de celo, tiende a adelantar a lo largo de miles de años su ciclo de formación de cuerna hasta separar el mismo del momento inicial del celo, que debió de estar como en el resto de cérvidos en los meses otoñales. Esto llevó a que el celo se adelantara con el ciclo de la cuerna y llegara a separarse más de dos meses del resto de ungulados.
Dicho esto, la segunda cosa que habría que mencionar antes de meternos en su caza, es la cuestión relativa a si se debe o no aprovechar este periodo para completar el cupo de machos.
La escasez de corzo en España hasta finales de los 80 ha hecho que nuestra gestión de la especie haya sido muy sui géneris, además, su aspecto frágil y lo novedoso de la especie desde el punto de vista cinegético, unido a un deseo de conseguir su expansión por métodos naturales, han conseguido que las diferentes administraciones tendieran a su sobreprotección, cosa que aún ocurre en muchas de ellas.
Por un lado, la ausencia de una tradición de caza de la especie hizo que las normas que se aplicaban para su captura se basaran en reglamentaciones que nada tenían que ver con la especie, tales como la Directiva Europea sobre la Conservación de las Aves. En efecto, «dado que el Pisuerga pasa por Valladolid», hubo quien aplicó la prohibición establecida de caza en época de celo del artículo 7 de la citada Directiva a los corzos, que de momento no vuelan ni tienen plumas, para ‘limitar’ su caza.
Han hecho falta unos cuantos años, y algún que otro recurso, para que se estableciera claramente que quien cierra la caza en celo lo hace porque le da la gana y no porque sea una exigencia de ‘Bruselas’. De hecho, la caza en celo no es que esté autorizada en todo el rango europeo de la especie, es que es una verdadera tradición, mientras que aquí sigue sin poderse cazar en distintas autonomías.
En gran medida esto se debe a la teoría de que su caza en celo supone una ventaja y un acto carente de ética e indecente al pillarlos en el momento en que más bajan la guardia. Incluso hay quien argumenta que si matas un macho en celo estas dejando que entren a la reproducción machos más jóvenes y que eso es malo para la especie.
Es cierto que los corzos bajan la guardia en celo y que es más fácil verlos que en el mes de junio, que parece que se los tragara la tierra. Pero no es menos cierto que no nos rasgamos las vestiduras, y hablo sólo de los cazadores, cuando le metemos un balazo a un ‘pavo’ en plena berrea o a un macho montés encelado en noviembre. Parece como si la ventaja de la caza del venado o la montés en celo fuera menos ventaja y me atrevería a decir que es al contrario, es más sencillo atizar a un venado berreando que hacerlo con un corzo en celo.
Además, si la cuestión fuera la facilidad que nos ofrecen, habría que retirar primero el mes de abril, en que los machos no es que bajen la guardia, es que la tiran a la basura con tal de marcar un territorio. En abril he visto a machos maduritos, de esos que luego no hay quien vea, venir como locos ladrando cuando he metido ruido en el monte en su territorio, o salir a descubierto cuando me ladraba otro macho desde el monte.
Y si por el contrario, el argumento que quieren usar es el de que matando un macho en celo dejamos que accedan a la reproducción machos jóvenes, tendría que decir que todos los machos que matamos desde que los territorios están fijados a finales de abril ‘dejan’ ese hueco a la entrada de machos jóvenes, ya que es más fácil que un corzo joven no territorial ocupe una vacante producida en mayo o junio que un macho adulto se anexione el territorio de su vecino muerto. Eso sin contar que en una especie con una vida tan corta como la del corzo, la calidad y cantidad del esperma de una macho de un año puede ser suficiente como para que no nos preocupe el resultado de sus cópulas, puesto que con un año o con diez la carga genética es la misma.
Queda claro que muy en contra de la caza en celo no ando y que alguna que otra vez sí que les he buscado durante el mes de julio, así que intentaré dar algún consejo para que los que puedan saquen provecho de esta caza.

CAZANDO CON LA CHICHARRA
En primer lugar, habría que decir que los machos bajan la guardia, pero no así sus hembras o las crías de éstas, por lo que la única ventaja competitiva que tenemos es que al menos se mueven. Y es precisamente ese movimiento el que se revuelve contra el cazador en época de celo, al no fijarse los corzos donde uno los ve. Muchas veces divisamos a la pareja en plena carrera y cuando queremos llegar a distancia de tiro, ya no están en donde los vimos o siguen moviéndose sin parar. La característica del celo es la movilidad, así que tendremos que tomar decisiones en cuestión de segundos y no pensar mucho las cosas.
Claro que tendremos oportunidades de esas de manual en que el corzo y la corza están embelesados dando vueltas al único matorral de un inmenso prado y lo único que tendremos que hacer es esperar un descuido para atizarle, pero lo normal será verlos salir a la siembra o el claro el uno tras la otra y tal cual salen se esconden para no volver.
La segunda ventaja es que en el celo se mueven a lo largo de todo el día. Por supuesto siguen concentrando sus esfuerzos en los momentos del alba y del ocaso, pero los calores les hacen andar en movimiento muchas más horas. Además contamos con una ventaja adicional al menos en la España más seca, y es que necesitan reponer líquido lo que los lleva a entrar al agua.
Cuanto más calurosa sea la jornada antes pueden entrar a beber y no es raro que lo hagan a las cinco de la tarde cuando aun quedan unas cuantas horas de luz. Luego buscaran una lugar fresco y a esperar la tarde.
Si en nuestras salidas encontramos un ‘corro de cópula’, que no es otra cosa que el surco en la hierba que dejan al perseguirse en el celo alrededor de un mato u obstáculo, puede rendir fruto realizar una espera en el mismo, puesto que los corzos son animales de costumbres y si «hoy te persigo aquí, mañana no andaré lejos».
Respeto a los reclamos, tengo que reconocer que no he tenido mucho éxito en su uso. Sin olvidar que en la mayoría de nuestras comunidades autónomas están prohibidos, por no decir todas, su uso depara más insatisfacciones que alegrías.
No sólo hay que saber usar el butolo o el pito, también hay que saber dónde y cuando usarlo. La teoría, que repito no he usado con mucho éxito, dice que lo primero que hay que hacer es no usarlo fuera de la época de celo para evitar ‘enseñar’ a los corzos que pito igual a hombre. Si nuestros corzos están oyendo piiiut, piiiut durante toda la temporada aprenderán que no hay que fiarse.
Así que el que quiera usarlo en el celo, debería abstenerse en su territorio de pitar cada vez que sale al campo. Es cierto, que efectivo para atraer corzas paridas y zorros lo es en cantidad, ya que el pitido que emite una corza en celo y un corcino asustado son muy similares, más agudo el de la cría, y por ello muchos cazadores que usan el butolo durante mayo y junio ven como se les echan encima las hembras paridas. No pocas veces el macho seguirá a su hembra y hecha la carambola, errada la conclusión.
Respeto a dónde usarlo y cómo, habría que decir que el butolo es efectivo para atraer a un macho que no esté acompañado de una hembra caliente o que esté con una que haya salido del celo, y por ello atrae de forma preferente a corcitos del año con ganas de estrenarse más que a machos decentes.
Pero si buscamos lugares donde la espesura permita al corzo sentirse seguro y no empezamos a pitar nada más ponernos, puede ser que tengamos suerte. Lo ideal es apoyarse en un árbol que nos cubra la espalda, esperar al menos 10 minutos sin hacer ruido para que cualquier macho que nos hubiera sentido llegar se olvide, realizar tres pitidos largos y esperar otro tanto. Si sobrecargamos nuestra actuación no entrarán ni los zorros hambrientos, así que mucha paciencia. Pero a veces suena la flauta y nos entre un macho decente, dándonos una alegría
Lo cierto es que una tarde calurosa de verano, a la vera de un agua, con las chicharras pidiendo tregua al calor y las moscas cebándose en nosotros, mientras la familia se solea en la piscina, es un reto que no todos los cazadores aguantan por muchas facilidades que nos den los corzos en celo, pero el mal de los corzos es así de inexplicable y de incurable.
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Un buen lance de Espartaco

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Por Enrique Jiménez. Fotografías: Antonio Mata

Recibí una llamada de mi amigo Pepe Recio. Me invitaba a participar en un rececho de muflón, en El Pimpollar, en el que iba a participar el maestro Juan Antonio Ruiz, Espartaco, que era el que, en última instancia, abatiría la pieza.

Agradecí la llamada y quedamos en vernos a mediodía. A las tres de la tarde recogimos a Juan que, para empezar, nos contó que llevaba desde el día anterior con un tremendo dolor de cabeza, por lo que las condiciones físicas en las que se encontraba no eran precisamente las más idóneas para realizar el rececho, aunque, tengo que reconocer que a mí me dio la impresión de que, con la ilusión que llevaba, lo del dolor se iba a quedar en una mera anécdota.
Recogimos el arma en la casa de El Pimpollar, un rifle del calibre 8×68, calibre potente donde los haya y con una buena rasante, ya que, a la distancia a la que podría aproximarse, el disparo bien podía acercarse mucho a los trescientos metros.

El jefe de la manada
La tarde se presentaba gris, nublada, pero sin lluvia, y con muchísimo viento. El animal a recechar era un muflón de impresionante cuerna, que estaba controlado por los guardas en una determinada zona de la finca, y que siempre iba en unión de varios machos (también muy buenos) aparentando ser el jefe de la manada, o por lo menos el que siempre iba en cabeza.
Además de que las condiciones climáticas no eran las más idóneas, según avanzaba la tarde nos íbamos encontrando con otros problemas añadidos, como que la noche, a poco que nos descuidásemos, se nos iba a echar encima, y que la época de celo ya había pasado, por lo que los muflones estaban excesivamente esquivos refugiándose la mayor parte del tiempo en el monte.
Sobre las cinco de la tarde, y a unos cuatrocientos metros, vimos una pelota de muflones subiendo por una costera hacia la cuerda. El citado animal elegido para recechar, iba a la cabeza de la misma. Era inconfundible debido a que su color, bastante más claro que los demás, le hacía destacar y, sobre todo, su cuerna era absolutamente impresionante.
Decidimos que lo mejor era entrarles por detrás del cerro por el que estaban subiendo, aprovechando la dirección que llevaban para cortarles la trayectoria acercándonos lo más posible. Una vez en el lugar indicado, y ya a pie, comenzamos a bajar a través de las jaras. Pero… no estaba la suerte de nuestra parte. Al parecer, por un repentino cambio en la dirección del dichoso viento, nos habían venteado y se alejaban de nosotros, a una distancia aproximada en torno a los doscientos cincuenta metros.

Contra los elementos
El cielo estaba cada vez más oscuro y ceniciento, y arreciaba el viento. Había que seleccionar bien las escasas oportunidades, por no decir la única, que tendríamos en lo poco que quedaba de día, ya que las circunstancias ambientales estaban decididamente en nuestra contra y, para colmo, se estaba levantando una densa niebla cada vez más tupida.
Cortándoles el camino logramos situarnos a unos ciento veinte metros, distancia mínima a la que nos podíamos acercar. Juan Antonio no se lo pensó dos veces y se echó el rifle a la cara. El lance no era nada fácil. El animal estaba muy tapado, y si le añadimos los nervios del momento… el resultado fue un disparo fallido que provocó que salieran en estampida cerro arriba.
Pero, también de vez en cuando, hace su aparición la suerte. A unos cincuenta metros, en un pequeño claro en el monte se pararon los animales, bien para orientarse, bien para saber qué era lo que estaba pasando, momento en el que Juan aprovecho para disparar por segunda vez a unos ciento setenta metros más o menos.
En esta ocasión, el impacto fue mortal de necesidad, se produjo en el sitio exacto. El muflón cayó rodando unos tres o cuatro metros hasta que se detuvo en el tronco de un alcornoque.
Después de las felicitaciones correspondientes, abrazos y saltos de alegría, nos fijamos en una situación que podíamos calificar cuanto menos de curiosa. En lugar de alejarse del lugar del lance, como hubiera sido lógico, el resto de la manada se acercó al que se supone que era su abatido ‘jefe’ e intentaba levantarlo a base de patadas y cornadas, insistiendo una y otra vez aunque, claro está, sin lograr llevar a cabo sus intenciones.
Cuando nos acercamos la situación era más curiosa aún. Los otros ocho muflones se posicionaron a unos veinte metros de distancia observándonos. Se negaban a abandonar aquel lugar sin su ‘jefe’, hasta que Pepe, con unos gritos y tirándoles varias piedras, hizo que se alejaran. Mientras se alejaban, sin correr, la sensación que teníamos es que dejaban atrás a su ‘capitán’… su referente durante muchos años.

Un pedazo de muflón
El animal era impresionante, con una cuerna gruesa, larga, y con las marcas correspondientes a las mil batallas vividas y sufridas. En un principio, y a ojo de buen cubero, se apreciaba que una vez medida iba a dar una puntuación altísima, aun teniendo en cuenta que el cuerno derecho era unos tres o cuatro centímetros más corto que el izquierdo y que tendría unos once años de edad.
Después de cargar al animal, nos dirigimos hacía el cortijo en mitad de una espesa niebla, mientras se cruzaban delante de nosotros, como figuras fantasmagóricas salidas de la nada, una gran cantidad de impresionantes venados, así como algún que otro gamo.
Una vez en el cortijo, y en una primera medición en verde, dio 217,5 puntos, por lo que entraría como uno de los primeros de España en toda la historia. La tarde había sido completa, tanto por el lance en sí, como por lo ocurrido con posterioridad, que siempre te deja una hermosa sensación. Días como éste son de los que no se suelen olvidar por lo que desde aquí agradezco a Pepe su invitación, por el disfrute, y el resultado, de un lance de los que suelen permanecer imborrables en la memoria.
Por cierto, del dolor de cabeza de Espartaco no se volvió a hablar ni tan siquiera en el trayecto de vuelta hasta Sevilla, en el que fuimos comentando una y otra vez todas las peripecias del lance y en las condiciones en las que se había abatido al ‘jefe’. Además de la hermosa escena en la que los ‘subordinados’ se negaban a retirarse sin él. CyS

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La práctica físico-deportiva de la caza a rececho: requisitos físicos

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La práctica físico-deportiva de la caza a rececho, junto a la espera o el aguardo son modalidades selectivas, pues se seleccionan el animal a abatir y el momento de tirar.

Para Sánchez (2007) «la caza al rececho es para algunos las más ‘pura’ de las modalidades cinegéticas. En ella se establece una persecución entre cazador y pieza, sin más ardid ni ayuda que el conocimiento del medio y las costumbres de los animales». Es decir, el cazador de rececho se integra plenamente en el entorno natural, sin ayuda de otros cazadores o de perros. Es un auténtico conocedor del medio y de las costumbres de las especies cinegéticas a cazar (Gamonales y León, 2014a). Además, dicha disciplina requiere constancia y paciencia, pues implica caminar durante muchas horas hasta localizar la pieza de caza mayor (corzos, venados, rebecos, gamos, cabras montesas, etc.).

Por lo tanto, se puede señalar que dicha disciplina demandará una gran preparación física. «(…) El cazador de caza mayor que práctica el rececho ha de disponer de una mejor preparación física, para buscar, perseguir, tirar, cobrar y en muchos casos, también, transportar sobre sus hombros la pieza abatida, que, por supuesto, no requiere en igual medida el cazador de caza mayor que practica la modalidad de montería», González (2000).

Siguiendo en esta misma línea, la Real Federación Española de Caza (RFEC, 2011) expresa que «será necesaria la buena forma física del cazador, según la especie a cazar y la orografía del terreno». Por lo tanto y, teniendo en cuenta que donde se desarrolla principalmente esta modalidad es en montaña, se puede afirmar que el cazador de rececho va a demandar una gran condición física, la cual va a depender de las capacidades físicas, Muñoz (2009).

recechoEs evidente que no es lo mismo cazar en llanura de poca altitud que hacerlo a dos mil metros sobre el nivel del mar. Por lo tanto, será conveniente que cuando se practique la modalidad de rececho en montaña el cazador esté preparado físicamente, ya que se deberá perseguir a un animal adaptado a las alturas (Gamonales y León, 2014a).

Con lo cual, si el cazador no está bien físicamente, entre los tantos problemas que se le pueden aparecer está la fatiga, que, según Stilman (2011), «la fatiga y el dolor muscular es producido por falta de entrenamiento, ya que son el producto de exponerse a un trabajo para el cual nuestro organismo no está preparado». La fatiga se puede manifestar en el cazador de diferentes maneras: agujetas, calambres o roturas microfibrilares, cansancio que influye progresivamente en la técnica de caminar y en los desplazamientos por la naturaleza, disminuye la coordinación de movimientos, aumenta la respiración y la frecuencia cardiaca, disminuye la atención y concentración, etc. (Gamonales y León, 2015a, 2015b y 2015c).

Por consiguiente, si aparece la fatiga durante el rececho o durante el transcurso de una jornada de caza de la modalidad que sea, es conveniente pararse y descansar, ya que se estará perdiendo atención y concentración, además de estar exponiendo la integridad física por encima de su capacidad en ese momento (Gamonales y León, 2014a).

Intervinientes en el rececho de alta montaña

Así, al igual que sucede en las disciplinas de montería, batida y gancho, dentro del rececho hay una serie de personas que intervienen en diferente medida de alguna u otra manera (Gamonales y León, 2014a). De esta forma se tiene:

Cazador de rececho: el cazador que, a pie, trata de localizar la pieza de caza mayor y aproximarse, integrándose en el terreno, para realizar el disparo en las mejores condiciones.

Guarda o guía de rececho: dependerá del tipo de coto (terrenos privados o públicos) la presencia del mismo. También es conocido como ‘celador acompañante’. Será en encargado de orientar, dirigir e indicar al cazador las piezas de caza que se puede disparar acompañando al cazador por todo el terreno. Estos guardas son auténticos conocedores de la zona y tienen más o menos identificadas las piezas de caza mayor que se pueden abatir.

Por lo tanto, durante la práctica físico-deportiva del rececho en alta montaña, ambas personas van a demandar unos requerimientos físicos concretos, al margen de otros requisitos de tipo social y psicológico propios de cada modalidad. (Gamonales y León, 2014a, 2014b; Gamonales, 2015 y Gamonales y León, 2015d, 2015e y 2015f).

Por otro lado, indicar que tanto el cazador como el guarda o guía de rececho van a requerir una preparación física antes, durante y después de la temporada de caza (Gamonales y León, 2015f).

La persona que practique el rececho en alta montaña va a demandar de su organismo, principalmente, energía, que se obtiene mediante la degradación aeróbica de diferentes sustratos presentes en nuestro cuerpo.

Esto se debe a la intensidad de la actividad que se lleva a cabo, de forma global, es baja, y no requiere por parte del organismo del ser humano la producción de energía a una velocidad excesiva, por lo que la fuente aeróbica de producción de energía es suficiente para acometer esta demanda. La duración de este tipo de actividades suelen ser alta o muy altas, siendo la fuente aeróbica de energía la que durante más tiempo y en mayor cantidad puede proporcionarla (Bergua, 2008). Es decir, la práctica físico-deportiva del rececho en alta montaña, al igual que en cualquier otra modalidad deportiva, va a demandar y necesitar de una correcta preparación física del cazador, así como el guarda o el guía del rececho, la cual contribuirá a desarrollar los niveles de condición física (fuerza, velocidad, resistencia y flexibilidad) a través de la práctica de una actividad física-deportiva moderada.

Esta preparación física no implicará directamente una mejora en el rendimiento, considerando éste como el número total de piezas capturadas, pero sí permitirá mejorar la satisfacción obtenida tras la jornada de caza y, además, contribuirá a la prolongación y mejora de la calidad de vida (Gamonales y León, 2014a y Gamonales y León, 2015f).

“El tipo de esfuerzo predominante en la práctica físico-deportiva del rececho es el aeróbico. Por lo tanto, el trabajo de fuerza irá encaminado a buscar alto volumen y baja intensidad, moviendo cargas que nos permitan realizar ejercicios con facilidad”

Preparación física para el rececho en alta montaña

Metodología de entrenamiento. Es recomendable realizar un entrenamiento individualizado con arreglo a las características morfofisiológicas de cada uno, a los objetivos y al tiempo de que se dispone. La intensidad y duración de los ejercicios irán en incremento progresivo en función de los condicionantes del entrenamiento y siempre se recomienda que sea bajo la supervisión y control de un profesional (Gamonales y León, 2015f).

Entrenamiento de la fuerza. El tipo de esfuerzo predominante en la práctica físico-deportiva del rececho es el aeróbico. Por lo tanto, el trabajo de fuerza irá encaminado a buscar alto volumen y baja intensidad, moviendo cargas que nos permitan realizar ejercicios con facilidad. Es decir, realizar muchas series y muchas repeticiones.

Entrenamiento de la resistencia. El trabajo de resistencia será el que más relevancia tenga en la programación de los entrenamientos para los deportes de alta montaña (Bergua, 2008). Este trabajo debe compaginarse con el trabajo de fuerza.

Hay muchas formas y variadas de trabajar la resistencia. Se recomienda buscar aquellas actividades que más se le parezcan técnicamente, por ejemplo, marcha, carrera y senderismo (con o sin bastones), mountain bike, canicross, bikejoring, caniswim, etc.  y que se practiquen directamente en el medio natural.rececho-alta-montan%cc%83a

Entrenamiento de la velocidad. En general, se puede decir que la velocidad es una de las capacidades físicas básicas más determinantes, estando presente de alguna forma en todas las manifestaciones de la actividad física-deportiva, incluida la caza: correr, saltar, lanzar, trepar… (Gamonales y León, 2014a). Por lo tanto, se recomienda realizar desplazamientos a máxima velocidad, juegos de persecución o relevos con otros compañeros, ejercicios de técnica de carrera y de coordinación. Del mismo modo, es recomendable realizar tareas de multisaltos y pliometría.

Entrenamiento de la flexibilidad. La flexibilidad ha sido estudiada, definida e interpretada por los diferentes autores y momentos de la historia de variopintas maneras, pero siempre con una consideración menor que a las demás capacidades físicas (fuerza, resistencia y velocidad). Actualmente está bastante más considerada, debido a su importancia e influencia para tener una buena condición física global. Es decir, la flexibilidad es una capacidad física específica, debido a que cada actividad tiene sus propias características, que incluso pueden llegar a ser componentes para otra (Gamonales y León, 2014a). `

La mejor forma de mantener o desarrollar la flexibilidad, a la misma vez que ayuda a evitar lesiones, es mediante la práctica de lo que se conoce como ejercicios de estiramientos (Gamonales y León, 2015g). Estos ejercicios, realizados antes y después del trabajo físico, ayudan a mantenerse flexible y a evitar lesiones comunes, como torceduras, inflamaciones debida a impactos repetidos y otras molestias (López, Gálvez y Romero, 2004). Es fácil aprender los diferentes ejercicios de estiramientos, pero hay que hacerlos correctamente.

Consideraciones finales

Antes de empezar cualquier entrenamiento o actividad que se realice en plena naturaleza es clave realizar un buen calentamiento previo para activar la musculatura postural (abdominales y lumbares para evitar molestias producidas por las cargas que se suelen llevar en las mochilas, armas, etc.).

Igualmente, se debe activar la musculatura del tren inferior (psoas ilíaco, glúteos, isquiotibiales, cuádriceps, abductores,  aductores, etc.).

Y en caso de que el cazador o el guarda/guía del rececho usen bastones de apoyo, se deberá activar la musculatura que interviene en la impulsión con el mismo (tríceps, dorsal, trapecio, etcétera). CyS

Por José Martín Gamonales y Kiko León Guzmán    

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Rececho con arco, ¿cómo vestirnos?

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Nuestras cacerías a rececho, sobre todo de alta montaña, nada tienen que envidiar a una jornada de trekking o alpinismo, en las cuales lo ideal es recurrir a este sistema de capas para vestirnos, permitiendo combinar las diferentes capas y, de esta forma, conseguir el confort térmico adecuado, según las necesidades de cada momento.

Por Jorge Peraza Cabrera.

Primera capa
Es la capa que estará siempre en contacto con nuestra piel y la más importante. La función principal de esta capa es mantenernos secos de nuestro propio sudor. Para ello, el tejido absorberá nuestro sudor por la cara interna y lo expandirá por la cara externa para mantenerte seco y, a la vez, que la camiseta tarde menos tiempo en secarse.
Existen camisetas de primera capa para verano o para invierno. Evita las camisetas interiores de algodón porque tardarán mucho más en secarse. Recomendamos prendas de lana merina y poliéster polilobulado para garantizar la mejor transpirabilidad. Estas prendas van bastante pegadas al cuerpo ofreciendo mucha comodidad a la hora de tensar nuestro arco.
Segunda capa
O capa intermedia. Generalmente, las capas intermedias aportan abrigo. Esto engloba muchos tipos de prendas: jersey, forro polar, forro polar con membrana, softshell, etcétera.
Al menos una o dos de estas prendas deben estar en tu lista cuando salgas a la montaña, porque, a medida que van pasando las horas y se intensifica la actividad, nos sobrará o echaremos en falta esta capa. Siempre es mejor pasar un poco de frío al principio de la actividad que pasar calor a la media hora…
Recuerda que el objetivo del sistema de capas es conseguir un efecto termorregulador con las mínimas prendas en función de la intensidad de tu actividad y el clima. Yo, en primavera y otoño ,uso mucho una primera capa con un forro polar y un chaleco, siendo suficiente (casi siempre) para cazar a gusto.
Tercera capa
Esta capa es la encargada de aportarnos protección ante las condiciones meteorológicas adversas. El viento, la lluvia o la nieve pueden ser tu peor enemigo si no vas preparado. Aquí empezamos a hablar de prendas con tejidos de estructura especialmente cerrada o con tejidos laminados, como el softshell o tipo impermeable.
Características de los tejidos softshell
-Son transpirables: deben permitir que la humedad traspasada por la primera y segunda capa sea expulsada, manteniendo tu cuerpo seco.
-Actúan de cortavientos gracias
al uso de membranas o por otras propiedades del tejido.
-Ofrecen resistencia al rozamiento para protegerte de ramas, espinas, rocas…
-Te protegerán de la lluvia ligera gracias a sus tratamientos hidrófugos o al uso de membranas impermeables-transpirables.
-Ligeros en nuestra cacerías de alta montaña. El peso que portamos a la larga se nota.
-Silenciosos, que será de utilidad si nos gusta acercarnos al máximo cuando cazamos a rececho y así evitar que el ruido, al movernos en el campo, arruine nuestro lance.
Características de los tejidos impermeables
-Te protegerán de la lluvia gracias a sus tejidos laminados, normalmente tres capas que evitarán que la lluvia te moje, independientemente de la intensidad de ésta.
-Son transpirables y evitan la condensación en el interior de la prenda gracias a al uso de membranas impermeables-transpirables.
-Son ligeros y ocupan poco espacio. Esto es importante, ya que nuestra chaqueta y pantalón permanecerán en nuestra mochila la mayoría del tiempo.

Capas extras
Pensadas para los momentos en que permanezcamos estáticos, las prendas tipo insulated pueden estar confeccionadas con materiales naturales –plumas– o sintéticos –poliéster, polipropileno…–.
Ideales para temperaturas bajas en espacios de tiempo prolongados o descensos bruscos de la temperatura en zonas de umbría o al atardecer, poseen una gran capacidad de aislamiento térmico gracias al volumen de aire de su relleno. ¿Su gran ventaja? Se pueden guardar en un espacio reducido y son muy ligeras.
Normalmente, estas capas aportan mucho calor, pero no suelen ser impermeables, por lo tanto, en días de frío sin lluvia se pueden usar como tercera capa, pero en los días de lluvia se deben llevar por debajo de las prendas impermeables. CyS

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Se acerca el tiempo de corzos

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Afrontamos una nueva temporada de corzos cargada de incertidumbres sobre la situación de la especie, especialmente en las zonas tradicionalmente corceras del norte peninsular.

La prevalencia del ‘gusano o moscarda del corzo’, Cephenemyia stimulator, se mantiene elevada en estas zonas y las poblaciones conservan la tendencia negativa de los últimos años, cuyas causas aún han sido poco estudiadas. Parece que se asocian a la presencia de esta larva, pero también habría que considerar el incremento de la presión de predación por parte del lobo o el zorro, la competencia del ciervo y jabalí y una mala gestión cinegética, sin descartar el furtivismo que sigue azotando algunas zonas.

Todo ello está provocando que abatir trofeos de corzo calidad sea cada vez más difícil y el número de ejemplares cazados desciende año tras año en esos lugares.

Por otro lado, el corzo sigue incrementando su área de distribución hacia el sur y el este peninsular, donde la tendencia es más positiva, probablemente debido a la menor densidad de predadores y quizás por una presión cinegética más reducida.

La presencia de Cephenemyia, aunque detectada desde algunos años en esos territorios, cuenta con una prevalencia muy inferior a la detectada en la cornisa cantábrica, por lo que el efecto en los animales también es menor.

En el caso del corzo andaluz la situación se presume más favorable, si bien no debemos bajar la guardia y mantener una caza sostenible que permita que sus poblaciones se mantengan estables.

Repasando la situación de la ‘moscarda del corzo’

© ACE

No son pocas las ocasiones en las que hemos tratado la presencia del gusano de la nariz del corzo y sus posibles efectos sobre las poblaciones afectadas.

Cuando el tamaño de los gusanos se va incrementando en el interior de las fosas nasales, provocan un efecto obstructivo que generará dificultad respiratoria a los animales afectados, haciendo así que, por ejemplo, la huida frente a potenciales predadores se encuentre limitada y, por tanto, sean más fácilmente depredados. Esa obstrucción también complicará la deglución, por lo que se irán debilitando progresivamente y el desarrollo de sus trofeos se verá comprometido.

En Europa contamos con cuatro especies del tábano Cephenemyia: C. stimulator, que afecta al corzo, C. auribarbis, específica del ciervo europeo y el gamo, C. ulrichii, que parasita al alce, y C. trompe, que hace lo propio con el reno.

La primera cita en España se produjo en 2001 por Notario y Castresana, que detectaron en Ciudad Real la enfermedad en un corzo de repoblación que procedía de Francia, país en el que este problema se conoce desde hace décadas y son abundantes los estudios sobre el tema.

Por otra parte, no fue hasta 2009 cuando Pajares cita la especie en un corzo autóctono del norte de España, donde la prevalencia ha crecido notablemente en los últimos años. En 2012 se citó por primera vez también la presencia de un corzo afectado en Extremadura que indicaría que la Cephenemyia podría estar adaptándose a condiciones climáticas más cálidas y menos húmedas que las que en principio cabría esperar.

El ciclo del tábano se caracteriza por una puesta de pequeñas larvas en verano y otoño en el entorno de las fosas nasales de los corzos, desde las que migran hacia el interior, ubicándose en la región retrofaríngea. El desarrollo de la larva se produce durante 6-8 meses hasta alcanzar 3 cm de longitud, de ahí su efecto oclusivo. A partir de este momento son expulsadas, cayendo al suelo, buscarán un lugar para completar su desarrollo y aparecerá un nuevo adulto en un período de no más de 2-3 semanas y siempre que las condiciones ambientales sean favorables.

Entre los factores que parecen influir en mayor medida en el grado de parasitación de los corzos es la intensidad de lluvias del año anterior, de manera que, a más precipitaciones, mayor carga parasitaria durante la temporada siguiente.

El efecto de la meteorología 

Durante los últimos años venimos observando una climatología ciertamente errática y poco previsible, caracterizada por la presencia de episodios más o menos prolongados de tiempo extremo, como las importantísimas nevadas ocurridas en la cornisa cantábrica el pasado año o las temperaturas inusualmente elevadas de este último invierno. Todo ello afecta de uno u otro modo a la fauna silvestre, en general, y al corzo, en particular.

En este sentido, son varias ya las citas de corzos descorreados durante el pasado mes de enero, aspecto que se asocia fundamentalmente a ese clima favorable, hecho que también podría afectar al adelantamiento del comienzo del celo en algunas zonas y, por tanto, influir en los aprovechamientos cinegéticos de los terrenos afectados a corto plazo.

Si analizamos los posibles efectos a medio plazo podríamos inferir que la cubrición temprana de las hembras podría hacer que éstas no tuvieran la condición corporal suficiente como para llevar a cabo una óptima gestación.

En el caso del corzo, cuyo ciclo reproductivo se caracteriza por una gestación diferida o diapausa embrionaria, afectaría, si cabe aún más, ya que cuando se va a producir el mayor desarrollo del feto es a finales del invierno. Si éste ha sido muy extremo por nevadas o hay escasez de alimento (como este año), la paridera puede verse disminuida o incluso caracterizada por el nacimiento de corcinos más débiles, con una menor viabilidad, existiendo estudios que así lo indican.

Por otro lado, es relativamente frecuente durante la temporada general, normalmente en enero, encontrar alguna hembra parida, asociándolo al efecto del cambio climático.

Este hecho, sin embargo, no está claro, puesto que esa gestación diferida viene marcada fundamentalmente por los ritmos circadianos, esto es, la duración del día y de la noche. De modo que, cuando el número de horas de luz se va reduciendo la gestación se detiene para activarse después cuando los días vuelven a crecer, por lo que parece que podría tratarse más de algún caso puntual que no de una tendencia asociada al clima. Sí que es verdad que, con las condiciones que se han dado durante este invierno, algunos de esos corcinos nacidos fuera de la época habitual podrían llegar a adultos, cosa altamente improbable cuando el invierno es frío y con precipitaciones intensas.

Planificación cinegética sostenible

Como ocurre en el resto de especies cinegéticas, es cada vez más importante contar con una adecuada planificación cinegética que permita gestionar de forma óptima el corzo, con el objetivo de recuperar las poblaciones allí donde la tendencia sea negativa, consolidarlas en las zonas de expansión y, sobre todo, favorecer la presencia de trofeos de calidad.

Para ello son numerosas las actuaciones que debemos considerar, entre las que destacan, por ejemplo, el eterno debate sobre el establecimiento de periodos hábiles ajustados a la biología de la especie en cada territorio, con las dificultades que eso entraña, fundamentalmente en lo que se refiere a planificación administrativa.

En el caso del corzo la situación puede ser similar a la que sucede con otros ungulados, como el ciervo. Si ejercemos una presión cinegética en abril y mayo, en poblaciones poco consolidadas o donde la calidad no ha alcanzado aún todo su potencial, eliminando los mejores trofeos cuando aún no han llegado a reproducirse, estaremos provocando un efecto muy negativo sobre futuras generaciones en ese territorio. Por ello, al menos en aquellos lugares en las que las poblaciones de corzo aún son jóvenes o poco consolidadas, debemos ser especialmente cuidadosos con los animales a abatir y tener siempre en cuenta que nuestros actos de hoy tendrán reflejo mañana.

Caza de corzas

Otra de las consideraciones es en relación con la caza de las hembras. A pesar de que los aprovechamientos clásicos del corzo, como los de muchos otros cérvidos, se basaban casi únicamente en los machos, desde hace varios años se ha visto la necesidad de realizar una caza de las hembras en determinados territorios.

Tras observar que el equilibrio y calidad de las poblaciones se estaban alterando, se comprobó que una de las causas evidentes de esta situación era la falta de capturas de hembras, sobre todo en zonas donde los depredadores naturales están ausentes. Esto facilitaba que machos de escasa calidad o muy jóvenes (incluyendo selectivos) pudieran cubrir a una o varias hembras, perpetuando así en las poblaciones defectos que a la larga estaban generando problemas.

Por otro lado, un exceso de hembras también supone una competencia por los recursos alimenticios, por lo que también favorecía un empeoramiento de la condición corporal de los animales y, por tanto, un peor desarrollo de sus cuernas de los machos, entre otras cosas.

En el momento actual la situación ha cambiado y ya todos los planes cinegéticos contemplan los aprovechamientos de hembras, la administración otorga permisos para ellas y, sobre todo, los cazadores se van concienciando ante esta necesidad, si bien, no son pocos aún los que evitan esta práctica en sus salidas al campo.

Cuando la gestión se encamina hacia la mejora de las poblaciones de corzos, no debemos olvidar tampoco el realizar un adecuado aprovechamiento de otras especies que puedan competir con ellos, fundamentalmente los ciervos y el jabalí, que suponen una competencia directa por los recursos, el territorio e incluso, en el caso del jabalí, como potenciales predadores de animales jóvenes.

De este modo, la caza bien planificada de estas especies para controlar sus poblaciones tiene un demostrado efecto positivo para las poblaciones corceras, como ha ocurrido, por ejemplo, en las últimas décadas con la gestión realizada en el Parque Natural de los Alcornocales (en la provincia de Cádiz), entre otros.

Gestión del hábitat

Por último, aunque no menos importante, es hacer una mención especial a la necesidad de una adecuada gestión del hábitat, como ocurre para cualquier otra especie cinegética.

Si el entorno no reúne las características adecuadas para el corzo, difícilmente podremos alcanzar unas densidades óptimas de población, y de él van a depender multitud de variables que condicionarán inevitablemente el devenir de las poblaciones en el coto.

Del hábitat dependerá, además de la presencia del corzo, también la aparición de competidores, como el ciervo o el jabalí, de predadores, como el lobo o el propio zorro e, incluso, algunos más despreciables como los propios furtivos.

También el hábitat, asociado a la climatología, modulará la evolución de las poblaciones en un territorio, dado que la presencia de agua o comida serán determinantes para la temporada reproductiva.

No debemos olvidar tampoco que el hábitat será también responsable en buena medida de la aparición de buenos trofeos, puesto que la presencia de sales minerales suficientes y de calidad en los alimentos, obtenidas a partir de los sustratos del suelo, serán determinantes para el desarrollo de cuernas de calidad.

El hábitat participa directamente en la aparición de conflictos de la especie con el hombre, en forma de accidentes de tráfico o daños a los cultivos, puesto que un hábitat bien estructurado, poco fragmentado y gestionado adecuadamente minimizará enormemente estas situaciones.

Unos ejemplos de gestión

En este sentido hemos querido destacar un trabajo llevado a cabo por Rita Torres y colaboradores en el noroeste de Portugal en 2011, en el que se analizó  una superficie de 75.000 hectáreas a lo largo de dos años en busca de heces que evidenciaran la presencia de corzos.

Cada vez que se encontraban las heces se apuntaba la estructura del hábitat (teniendo en cuenta la presencia de comida y cobertura vegetal), la composición del hábitat (campos agrícolas, praderas, matorral, bosques caducifolios, bosques de coníferas), la estructura del paisaje, la topografía y posibles molestias originadas por el hombre.

Al analizar todos los datos se pudo comprobar que la distribución del corzo en esta parte de Portugal se relacionó de manera muy intensa con la presencia de matorral y la distancia de carreteras, mientras que el corzo rechazó por lo general los hábitats heterogéneos, con presencia de praderas o zonas de cultivo, al contrario de lo que se hubiera podido pensar a priori.

Es interesante resaltar que la cobertura vegetal escogida por los corzos se encontró entre un porte de 0,5 a 2 metros, una altura suficiente para la protección del cérvido. A su vez, los autores sugieren una doble utilidad de los arbustos como protección y fuente alimento.

Pese a que se menciona que es necesario seguir investigando y se comparan los datos con otros estudios realizados en la península Ibérica, se afirma que el corzo, como especie presa que es, podría estar muy influenciado por el riesgo de predación a la hora de elegir hábitat, más si cabe por la presencia de lobo ibérico en esta parte de Portugal.

De cara a la gestión, este estudio pone en relieve que el corzo está influenciado por gran número de factores y que la selección de hábitat de unos corzos en un lugar concreto puede tener ‘poco que ver’ con la de corzos de otras latitudes.

De este modo, es importante darse cuenta una vez más de que las herramientas de gestión y los conocimientos de que disponemos deben ser adaptados a las circunstancias y condicionantes propios de cada territorio, aunque estudios como el mencionado nos ayudan a sacar conclusiones que nos permitan decidir qué medidas adoptar en nuestro caso.

Por poner otro ejemplo, hace algunos años, en un coto gestionado por nosotros, observamos un incremento inusual de accidentes de tráfico causados por corzos en un tramo concreto de carretera que atravesaba el acotado y que sólo repuntaba en los meses de más calor. Tras semanas de seguimiento pudimos comprobar que los corzos incrementaban el número de veces que cruzaban la carretera durante el verano debido a que los puntos de agua de que disponían de un lado de la vía se secaban, quedando como único punto de agua disponible en el coto un río que pasaba al otro lado.

El problema se minimizó enormemente construyendo una charca permanente en el lado ‘seco’ de la carretera, que no sólo benefició al propio corzo, sino a muchas otras especies, también de caza menor. Si no se hubiera analizado detenidamente la situación, probablemente la medida planteada hubiera sido colocar un vallado en ese tramo de carretera, una medida mucho más costosa, menos eficaz y, a buen, seguro, muy perjudicial para las propias poblaciones de corzo en el coto.

A modo de conclusión, no debemos olvidar nunca una gestión óptima, para garantizar una evolución favorable de las poblaciones cinegéticas que nos interesen y sobre todo adaptada a las circunstancias propias de cada acotado, aprovechando y recogiendo para ello todos los datos que podamos recabar gracias a los ejemplares abatidos, a los censos realizados o incluso al empleo de fototrampeo o de otras técnicas cada vez más implantadas. CyS

Por Carlos Díez Valle y Carlos Sánchez García-Abad – Equipo Técnico de Ciencia y Caza (www.cienciaycaza.org)

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